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sábado, 25 de mayo de 2013

La pampa de memoria. William H. Hudson o Guillermo Enrique Hudson


 
Laura Fernández 
Universidad de Buenos Aires

En la Inglaterra victoriana y casi a los ochenta años, William Henry Hudson recuerda que en las pampas bonaerenses fue Guillermo Enrique. Y lo escribe. A mediados de los años veinte, algunos escritores argentinos se acuerdan de este paisano que emigró joven y descubren una inquietante obra completa que parece gaucha pero está en inglés. Fue necesario que nos visitara el poeta indio Tagore y preguntara a sus anfitriones de la revista Sur qué más podía leer de uno de sus autores preferidos para que, avergonzados por el olvido, se propusieran recuperarlo. Así, durante las próximas tres décadas aparecerán prólogos, artículos y libros sobre William y sobre Guillermo, según lo que busquen cifrar en ese nombre que bien leído podría significar la patria. Entusiasmados, los comentaristas ensayan aposiciones más o menos reveladoras como gigante pampeano, naturalista sapientísimo, viejo comedor de caracú, hijo pródigo, el más criollo de los escritores nacidos a orillas del Plata, británico y también hombre de nuestra llanura, verdadero sentidor de la pampa, escritor inglés, gaucho desprovisto de todo aditamento y ornato puramente externos, angloargentino, autodidacta, nómade contemplativo, intérprete romántico del Nuevo Mundo, inglés chascomusero y hombre de ciencia universal, viajero empedernido, primer lector argentino de "El origen de las especies", romántico inveterado, y barbecho de viñas nórdicas regado con el agua de la pampa. (1)
Aunque algunos se reúnen en la Asociación Amigos de Hudson y otros, como Astrada, los acusan de panegiristas rastacueros, todos intentan encontrar en la biografía señales para entender la obra. ¿Es argentino o inglés?, ¿Científico o poeta?, ¿Naturalista o escritor?
La patria en la lengua
Que la lengua contiene la patria y que la patria se dice en la lengua son fórmulas repetidas hasta que escandalosas convivencias de dichos pamperos y ruiseñores británicos vienen a impugnarlas. Guillermo Ara hace el patriótico esfuerzo de encontrar en la prosa inglesa de Hudson los ecos gauchescos de algunos giros. (2) Por ejemplo, My faults are more numerous that the spots on the wild cat podría ser frase que un Martín Fierro hubiera dicho como Tengo más vicios que manchas el gato salvaje, para más tarde exclamar algo así como Madrecita de mi alma! o Little mother of my soul!
Para sus lectores británicos, Hudson fue un exotismo dentro de lo exótico de la literatura de lejanías ya que, más cerca que las pampas, les eran las áfricas que colonizaban con mayor contundencia. Sin embargo, las llanuras recorridas a caballo por esos hombres barbados y contadas en la voz del imperio mechada por palabras de cándida extranjería, bastaron para reconocer en William Henry un escritor compatriota que recibió, pese a la resistencia apuntada por sus biógrafos, una pensión de la corona. Pero, ay de las erratas; nuestro pampeanísimo autor parece decir maté a la sagrada infusión que ya no toma y pechicho a los cuzcos que se le cruzan. Aunque Ara lo vuelve a salvar de lo que Hudson no se hubiera avergonzado señalando que, con toda probabilidad, el error provenga de los editores ingleses. Y para librarnos de toda duda, Fernando Pozzo se cartea con Robert Cunninghame Graham -Don Roberto de tanto andar por estos parajes- y confirma que su amigo era un gaucho de viejo cuño encolumnado en una lista de genios que incluye a Dante, Shakespeare, Cervantes y Conrad.
Pese a los arrebatos de sus admiradores, Hudson resiste mejor que otros todo intento de brutal nacionalización. De padres norteamericanos protestantes, esquiva la evidencia del registro en la Methodist Episcopal Church -que lo indica nacido en el campo "Los Veinticinco Ombúes" de Quilmes el 4 de agosto de 1841- tanto como la fuerza de lo telúrico que conectaría su prosa con lo más hondo de la tierra (pampeana y argentina). Aquí es nombrado y no bautizado William Henry, a pesar del Dominguito que los vecinos criollos le agregan por respetar el calendario. Familiaridad que para algunos lo convertiría en un mismísimo gaucho aunque sabemos que no es fácil definir si es el caballo, la indumentaria o la payada lo que hace gaucho a un hombre. De las chinas sabemos menos pero tampoco el matrimonio lo hace argentino porque salvo un temprano enamoramiento local, la elegida para casarse es Emily Wingrave, señora mayor y convenientemente dueña de la pensión que lo hospeda en Londres. Habrá que explicar, entonces, por qué un patriota deja la tierra donde vio la luz o que lo vio nacer, aunque para eso está la hipótesis romántica en la que alguna dama prohibida o algún rechazo mal dado lo hayan despechado y puesto sobre el vapor Ebro en 1874. Sin embargo, los líos de polleras opacan la imagen de galante asexuado que tanto irrita a Alicia Jurado, una de sus más prolijas intérpretes pese a las resistencias del autor a toda póstuma biografía. Hasta el final las mujeres parecemos haber perturbado a Hudson quien se declara tan conmovido en su presencia como ante las serpientes o la Naturaleza confirmando, una vez más, símbologías que cargamos desde Eva. Este temprano militante de la ecología nos recomienda en artículos varios que dejemos de usar plumas en los sombreros y será, el resto de su vida, segundo de la Sociedad Protectora de Aves presidida por señoras de paso sufragistas.
Coherente hasta la exageración, la versión más corriente de su partida es que no soportó ver a su pampa alambrada y a sus pájaros asesinados por los despreciables italianos que llegaban en bandadas. Prefirió recordarla salvaje y virgen, ajena a los cultivos extensivos y a las vías férreas que la anudarían en abanico cerrado sobre el puerto de Buenos Aires. Lo cierto es que desembarca en Southampton el año que termina la presidencia de Sarmiento pero no recuerda especialmente al desterrado que hizo el mismo camino unos años atrás para alegría del reciente mandatario. También apodado "el inglés", quizás por sus ojos celestes, Rosas lo había fascinado de un modo que recuerda a los primeros que se atreverán a expresar, unos años después, que Juan Manuel habrá sido asesino pero su originalidad y su talento para el terror eran únicos. El niño William había copiado el respeto que su padre Daniel le prodigaba al Restaurador pero, más tarde, alimenta ese sentimiento con una anécdota popular que muestra al Tirano perdonando un reo sólo porque lo conmueve su descripción del benteveo. Ese gesto delicado y magnificente conmueve a su vez a Hudson quien, ya mayor, tienta una leve disculpa por su distracción aunque hace nueva gala de su indiferencia política partidaria o de su falta de corrección política cuando, al pasar por las tierras del exilio de Mr. Rose, sólo comenta qué lindos pajaritos la habitaban.
El gobierno de la mazorca pertenecía a su infancia, es el color de fondo que describe en su primera novela "The purple land" editada en 1885 pero leída con éxito mucho tiempo después cuando pierde el subtítulo that England lost. El diario "La Nación", en Buenos Aires, había publicado un año antes el relato "La confesión de Pelino Viera" donde ya aparecían, aunque todavía carecieran de críticos notables, las peripecias de una traducción cultural más que compleja entre lenguas, culturas y tiempos. Hudson había aprendido el inglés doméstico de su hogar, el anglosajón culto de una biblioteca generosa pero detenida un siglo antes y el castellano oral y agauchado con el que trabajó en el campo como uno más. A pesar del mil gracias o el mi amigo con los que se divierte en sus cartas, desconoce la ortografía; aunque algunos autores pretenden que pensaba en español y que la traducción se operaba bajo los efectos de una nostalgia de la que no pudo recuperarse. A los polemistas se les nota la vieja discusión por la literatura nacional porque si el color local es purple y el autor asegura su pertenencia a la gauchesca hablando de los gauchos pero no recuerda cómo hablan, habrá que abandonar las avanzadas nacionalistas sobre Hudson o aceptar que la patria no se agota en la descripción de una tropilla. Fácil es presentir la intervención del Borges criollista quien en "El tamaño de mi esperanza" (1926) reseña La tierra cárdena indicando, sin ninguna "d" final, que es un libro más nuestro que una pena, sólo alejado de nosotros por el idioma inglés, de donde habrá que restituirlo un día al purísimo criollo en el que fue pensado. Claro que de ese libro abjura para sí mantener hasta "Otras inquisiciones" el comentario Sobre The purple land. Pasando por un abreviada Nota a La tierra purpúrea para la Antología de Hudson que publicará Losada en 1941 y donde, curiosamente, se ha suprimido: Una observación última. Percibir o no los matices criollos es quizá baladí, pero el hecho es que de todos los extranjeros (sin excluir, por cierto a los españoles) nadie los percibe sino el inglés. Miller, Robertson, Burton, Cunninghame Graham, Hudson.
Si lo que deslumbra al Borges maduro es la superación de todo pintorequismo a través de la comunión de un duelo de cuchillos entre paisanos y una cita de Stevenson, lo que conmoverá a Martínez Estrada es la vitalidad desbordante, cierto aire aristocrático de quien desconfía de las multitudes y el gusto compartido por los pájaros de la zona. La inquietante extranjería en su idioma inglés bien castizo hace de Hudson un instrumento útil para confrontar la canonización gaucha y nacionalista. Nada puede decirse en purísimo criollo y poco puede lograr la empobrecida literatura nacional apropiándose autores de otras tradiciones. Mejor será buscar en la ineludible traducción las posibilidades reales para las letras argentinas siempre en diálogo con la literatura universal. En ese sentido, "El mundo maravilloso de Guillermo Enrique Hudson" de Martínez Estrada termina citando a Hamlet igual que el "Far away and long ago" de su reseñado.
Aquí deberíamos indicar lo que dicen varios pero Michel Foucault escribe más fácil que todos: el lenguaje no expresa las cosas tan fielmente como pretendemos y, por lo tanto, estamos condenados y fascinados por interpretaciones infinitas y en combate, que si pueden ocultar su condición de tal presentándose como definitivas y naturales, mejor. El Hudson es nuestro de Martínez Estrada o el Hudson es inglés de Borges parecen no aceptar otra lectura que la literal pero no son más que otras de las numerables interpretaciones que construyen nuevos sentidos, algunos otros Hudson y varias modalidades de lo nuestro. Así resultan paradojas como la de la "Revista Hispánica Moderna" cuyo dossier se denomina Guillermo Enrique Hudson visto por los argentinos, sugiriéndonos una nueva forma de la ciudadanía que no tiene un lugar fijo ni en las cartografías ni en las mitificaciones.
Tanto como en el idioma, la patria parece estar inscripta en el paisaje pero aquí las discusiones se tornan geológicas, topográficas y hasta poéticas. ¿Cuál de todas las pampas nos cuenta Hudson? ¿La ondulada del litoral, la vecina y oriental del Uruguay, la reseca de "Días de ocio en la Patagonia"? Jurado señala enojada que los amistosos comentaristas confunden nación y paisaje. Nosotros diríamos que quieren confundirlos para ligar de una vez territorio-nación-idioma como una cifra que todo lo explique y que distinga lo nacional de lo foráneo. Sin proponérselo, Hudson la hace estallar amablemente porque su pampa es la del recuerdo infantil con todas sus trampas y no la del cruce entre tales paralelos y cuales meridianos; su pueblo es un conjunto de vecinos vistosos pero alejados del mito gaucho y su idioma es el inglés que eligió para escribir, entre otras cosas, sus treinta y tres años de vida argentina.
El exilio no le asegura el reconocimiento inmediato. Varios años en Londres soportará la pobreza que es más dramática según el grado de heroísmo que quieran sostener sus relatores. Mientras sus artículos científicos mejoran al adquirir el inglés técnico de la Historia Natural, gana algo de dinero con Chester Waters rastreando árboles genealógicos para norteamericanos ansiosos de nobleza europea. Nadie lo ha mandado a emigrar y tampoco nadie le pidió volver como sí hacía la corona con esos enviados ilustres que llamamos viajeros ingleses del siglo XIX. Por la certera descripción de nuestro paisaje podríamos contar entre ellos a Hudson. Dos datos a favor de este intento: la repugnante fascinación del matadero y la metáfora de la pampa como mar. Pero, nacer en Quilmes y ser criado en Chascomús invalida toda pertenencia creíble a las huestes de Head; además, sus textos son inútiles para informar las potencialidades económicas de la región. En ellos no hay mensuras ni contadurías sino alguna que otra avispa y un montón de pájaros.
Los naturalistas vagan hasta que reina Ameghino
Hasta el siglo XIX, el inventario de las llanuras sudamericanas había estado a cargo de algunos visitantes mandados a sopesar las posibilidades de la región a favor de la industria, la política, la ciencia o la literatura de entretenimiento europeas. Falkner, calvinista devenido misionero jesuita, se aleja del río hacia 1750 para habitar entre los tratables indios que rodean la Laguna de los Padres. La falta de espejitos y alimentos básicos despierta la sempiterna incivilidad indígena y hace fracasar la bienintencionada Reducción del Pilar. Expulsado y vuelto a Inglaterra, el padre Tomás Falkner redacta sus memorias que son retocadas por William Combe, afanosamente dedicado a convertirlas en un informe de utilidad pública indicando posibles puertos y peces comestibles, por las dudas que los navíos reales tuvieran que hacer un día las invasiones inglesas.
Además de médico, profesor y sacerdote, Falkner es un naturalista que no sólo apunta su encuentro con un yaguarú y la variedades del gato salvaje sino que rasca la superficie para encontrar unas pocas vértebras e intuir que por debajo las pampas tienen mucho más que decir. Su "Descripción de la Patagonia y de las partes contiguas de la América del Sur" es publicada y criticada aquí por Pedro de Angelis, editor por excelencia de quien en 1833 se aventura en una temprana conquista que le vale el título de héroe del desierto. En esa expedición hacia el sur, Rosas rescata cautivos, asegura las endebles fronteras y se cruza con un joven naturalista inglés contento de que tan eximio jinete y comandante lo recibiera. Pudoroso de ese deslumbramiento casi adolescente, Charles R. Darwin anotará al pie del libro sobre su viaje por esta parte del mundo que, vistos los hechos posteriores, la Confederación no era tan buena y sí tan irregular como parecía. Sabe de las pampas porque ha leído al padre Falkner pero mucho más va a saber cuando abandone nuestras tierras repleta de ideas su cabeza acerca de las edades del planeta. El hecho de que todo se le haya ocurrido en esta superficie rala pero bondadosa en datos geológicos, alcanza para contarlo entre nuestros científicos, según propone Sarmiento cuando le toca hablar bien de Carlos Roberto Darwin recién fallecido.
Hudson recibe de regalo El origen de las especies y a pesar de rendirse ante el impacto de sus tesis, no deja de criticar a su autor en cuanto tiene oportunidad obligándolo, incluso, a rectificarse. Darwin olvidó esto, omitió aquello, confundió lo evidente y, el colmo de las faltas, no registró la belleza musical de las aves patagónicas. Un participante más amable en el extendido epistolario con el que Darwin recaba los datos para la teoría que explicará todo, es el naturalista bonaerense Francisco Javier Muñiz. Su biografía parece una colección de hitos nacionales: lucha en las invasiones inglesas, destaca como teniente coronel en la batalla de Ituzaingó, es miembro de la Convención Constitucional de 1853, con más de setenta años participa de la Guerra del Paraguay y muere en plena batalla contra la fiebre amarilla. Sarmiento rescata más que fervoroso su obra civilizatoria; cómo no hacerlo con un soldado omnipresente, médico de parturientas, investigador de la vacuna indígena, naturalista excavador, canciller espontáneo y vindicador del ñandú argentino ante la infamia de que, como el de África, escondería la cabeza para evitarse el peligro.
El descubridor del extinto Muñifelis bonariensis produce una variación de la metáfora marítima al ver el campo como una sirena que encanta o aquerencia a riesgo de que el gaucho deje sus huesos blanquiando entre las pajas o a orillas de una laguna. (Muñiz) Los otros huesos, de gliptodontes y megaterios que él había arrancado a orillas del río Luján, son enviados prolijamente a Nuestro Ilustre Restaurador de las Leyes para comenzar a construir la gloriosa historia antediluviana y nacional. Con notas de un rigor conmovedor y bajo la consigna ¡Viva la Federación!, Muñiz indica al Exmo. Señor la manera en que deben extraerse los fósiles para armar sin errores la cola bestial del Clygtodón. Instrucciones vanas porque el Tirano amante de los benteveos, hace que los cajones sigan viaje directo a los museos de Londres y París para indignación posterior de Ameghino quien sí podrá repletar de esqueletos las salas patrióticas de nuestros museos. Tarea desplegada en franca disputa con Burmeister, sabio alemán que había provocado el encuentro entre el todavía no perito Moreno y el incipiente excavador William, quien se desprende de algunos huesos para observar mejor los pájaros sobrevolando la pampa sin árboles. Cuando más tarde Mr. Hudson se entretiene con los "Birds in London" aquí se organiza el culto al eminente Ameghino, tanto como para peregrinar laicamente hasta su casa en Luján o estamparlo en los libros escolares como ejemplo cívico. La ciencia natural y nacional se consagra en otro patriótico centenario obteniendo la personería jurídica como Sociedad Argentina de Ciencias Naturales en 1916. Sus miembros poco vagan por los campos y su preocupación es, ahora abastecer con investigaciones edificantes las aulas que producen, año a año, flamantes argentinos. En esa cruzada, Ameghino es el más meritorio porque la antigüedad del hombre en el Plata, tal como él la había datado, nos proclama cuna de la civilización. (González, Horacio) Justo cuando buscamos emparentarnos con las naciones modernas y para eso montamos un fabuloso stand en la Exposición Universal de París de 1889 donde premian con medalla de oro a nuestro sabio, sellando otra imaginación sobre la pampa ahora paleontológica y estratificada.
Quienes aspiran a incluir en esta genealogía a Hudson, se topan con una descripción detallada de las flores que gustaban a su madre y, enseguida, un réquiem emocionado y perdido entre las especificaciones sobre el modo en que esta planta se reproduce en cierto momento de la primavera en el cual la hierba es de un color particularmente glorioso. Además, el autor se jacta de su disfrute del ocio y alardea sobre su falta de instrucción académica: Llega el anochecer, que pone fin a mi inútil investigación, y digo inútil con verdadero placer, porque si hay algo que nos sentimos inclinados a detestar en esta plácida tierra es la doctrina de que todas las investigaciones que se lleven a cabo en el reino de la naturaleza deben reportar algún provecho, presente o futuro, para la raza humana.(2) Su amigo, Cunninghame Graham, le oyó decir heréticamente que preferiría ver perdidas todas las obras de los griegos antes de que se extinguiera una especie. Hudson no es un clasificador ni un coleccionista, tan frecuentes en la ciencia moderna, sino un observador vital que de pequeño cazador en las pampas del degüello pasa a anciano defensor de ardillas del Hyde Park. Pobre niño autodidacta; quizás, se lamenta un autor que quisiera contarlo para la ciencia, tendríamos al doctor Hudson si cerca de los ombúes hubiera habido una escuela, como la del otro Dominguito, a la cual no faltar nunca. Pero para eso fueron necesarias otras expediciones del todo más asesinas y también escritas.
El militar Álvaro Barros publica su informe sobre las "Fronteras y territorios federales de las pampas del sur" en 1872. Por años ha recorrido la pampa que siente como el océano pero que sabe cruzada de malones; para atajarlos lo enviaron a la frontera. Desde allí denuncia las corrupciones oficiales y la arbitrariedad de las campañas con una frase lamentablemente menos famosa que la otra: la civilización por el exterminio no es civilización sino barbarie. El después figurado gobernador de la Patagonia, hace su propio inventario pero no de minas explotables ni de raros insectos sino de hombres y caballos dispuestos a extender la patria. ¿Habrá contado entre ellos al jinete Hudson? Martínez Estrada también pregunta a la pasada si se habrán conocido en los pagos de Azul donde uno cumplía órdenes y el otro mandaba. Y donde Barros se preocupa por el ocio de dos o tres mil hombres conminados a soldados que no será seguramente coger margaritas y flores del aire para reconcentrar en un solo sentido (el del olfato) todos sus goces y entonces pide que envíen mujeres pero no esas que siempre siguen a los ejércitos y sí de las que constituyen hogares porque una población sin mujeres se disuelve. Nosotros sabemos, porque Martínez Estrada ha sustentado su interpretación de la filosofía de Hudson en los sentidos y sobre todo en el olfato, que William aprovechará su estadía en los fortines para oler, si no margaritas, alguna que otra flor olvidada por la poesía y por la botánica. Como Muñiz, comprobará de cerca las bondades del avestruz americano aunque no compartirá su destino de víctima de la fiebre amarilla porque en 1871 está en la Patagonia escuchando los pájaros ignorados por Darwin. Después describirá en Ralph Herne el cuadro dramático que nunca vivió, con sólo haber visto y recordar, el cuadro que Blanes pintó sobre la masacre de la peste en los conventillos pobres.
Alguna vez podríamos trazar sobre las pampas un mapa que sin respetar la buena cartografía ilustre estos encuentros. Hombres de a caballo (y mujeres) que las recorren, las escriben o las conquistan, con la pluma con la espada y la palabra, para después alambrarlas y sembrarlas de pueblos en damero con nombres de generales y llenar las vitrinas de los museos europeos con sus especímenes embalsamados. El Hudson romántico –cuyo nombre bautizará la localidad que hoy todos pronuncian "údson"- prevee ese destino, abandona la taxidermia y elige, además del destierro, utilizar algo de ese paisaje como inspirado escenario de un relato utópico. The crystal age fue publicada sin su firma en 1887, dos años antes de la más reputada News from nowhere de William Morris (a quien Hudson considera un autor tibio) y nos tienta si quisiéramos con una nueva genealogía que lo convoca, la del pensamiento utópico en nuestro país.
Esta reunión caprichosa de algunos naturalistas célebres y un militar extravagante tiene como excusa no sólo que todos escriben sino que sus notas de campo registran las manifestaciones del lenguaje, esa otra cosa que parece natural. Falkner escucha y practica sin suerte las lenguas locales. Muñiz resume en un glosario fantasioso las voces gauchas entre cuyas acepciones tienen lugar hasta los dioses griegos, como corresponde a un miembro de la Sociedad de Amantes de la Ilustración; además de cartearse con el director de la Real Academia Española. Ameghino propone un sistema de escritura taquigráfíca que se aprende en tres horas y es de suma utilidad para tomar notas veloces. Barros escapa a la limitación de su oficio y redacta informes que no desdeñan la belleza poética inspirada por el horizonte. Sus libros compilan los malentendidos entre los indios, los lenguaraces y los funcionarios corrompidos que hablan la lengua de los fortines. A su manera, estos hombres no tienen más que llanura y libreta. Vagar, ver y escribir sobre las rodillas sin desmontar. O al lado de la bicicleta, como continuó Hudson cuando la pobreza londinense primero y la edad después, le quitaron el caballo.
Pero, las notas de campo no son literatura
Dicen quienes lo persiguieron en bibliotecas y papeles familiares -pese a su deseo de matar su memoria con él- que, como buen naturalista, siempre tomó notas de campo. Incluso escribió un diario en el barco del exilio para después dedicarse a los artículos de la Royal Zoological Society y a su colaboración en la "Argentine Ornithology". A la par de esas notas sobre el comportamiento animal intenta alguno que otro poema, entre ellos, una canción de cuna publicada, según Ara, oculta bajo un seudónimo femenino que nos entristece. ¿Querría Hudson proteger su reputación de científico inminente? ¿O ya sabrá, como confiesa en una carta posterior, que su talento para la poesía no está a la altura de las emociones transmitidas? Cree como Virginia Woolf -quien llegó a admirarlo en Londres y en vida- que la poesía es la expresión literaria más genuina y más difícil, por lo tanto, resigna su deseo. Así, su obra completa incluye novelas, cuentos, ensayos y artículos periodísticos pero es imposible que respeten como se debe las reglas de los géneros. En una novela puede detenerse a explicar las costumbres de ciertos mamíferos y confiamos en que la información proviene del más riguroso de los observadores. En el mismo sentido, recurre a unos versos ajenos para ilustrar la furia cazadora de un insecto mientras en sus arrobadas descripciones del abdomen de un ofidio alcanza la altura poética que cree carecer.
Sus textos reproducen el vagabundeo de los recorridos campestres. El naturalista puede preveer el objeto de su interés pero, en general, los ejemplares salen al cruce para ser atrapados por la libreta de notas tan azarosamente como aparecieron. Después serán pulidos y dispuestos a la exhibición con algunas palabras más que las dictadas por la libreta y por la memoria. Ese agregado, esa traducción entre unas pocas líneas al paso y la belleza de una página le valieron, al fin, reconocimiento y colegas. A pesar de ello, W. H. Hudson no se considera un escritor artista, y se los aclara provocativamente en los cafés literarios y en sus casas de campo en cuyos alrededores aprovecha para tomar más notas. Su escritura parece deber menos a la inspiración que a la delicadeza de sus sentidos. Está tan convencido de que las percepciones deben ser fuertes y únicas que suele evitar reincidir en un paseo o en una perspectiva con tal de preservar la impresión de la primera vez. Sólo la memoria así estimulada ofrecerá un recuerdo válido para contarles a todos en novelas, relatos breves o modestos poemas. Tanta subjetividad y tan descarado sentimentalismo son imperdonables para un espíritu cientificista. No hay modo de salvarlo con la excusa de que es un botánico que escribe bien o un biólogo todavía más cercano al influjo de la campiña que al gabinete del Museo Británico. Irremediablemente traiciona la exigencia de un correcto naturalista quien, con binoculares o sin ellos, sólo debería apuntar lo que ve para que otros acrecienten sus saberes sobre el mundo natural. Sin embargo, con su inevitable primera persona del singular, su errancia por los géneros, su extremada sensibilidad ante cualquier criatura viva y su silvestre vocación filosófica, Hudson trasciende el simple oficio de escribiente anónimo al servicio de la ambiciosa enciclopedia de la ciencia universal.
Escribir de Memoria es una ilusión
Si Sarmiento describe la pampa por intuición, Hudson la escribe de memoria. Es Martínez Estrada quien lo pinta como el más nostálgico de los emigrantes, siempre añorando la patria natal y lleno de saudades. Pero parece ser Cunninghame Graham quien toma primero esa palabra del portugués para explicar mejor los sentimientos de su amigo ¿O es el traductor quien encuentra más efectivo decir sufría de saudades que nomás extrañaba el pago? No es el único inconveniente de trabajar con traducciones en lugar de recurrir a los originales en inglés; Jurado ya despotricó contra esa pretensión y lo haría nuevamente ante este intento. Sin embargo, alcanza para este ensayo aceptar las contrariedades de la traducción y proyectar otro que se ocupe, justamente, de esa compleja operación.
Antes se nos aparece una trasposición original desde lo visto alguna vez a lo reactualizado en la escritura, a través de una evocación intachable. Basta una hoja o un sonido para desatar -como la madeleine de Proust- toda una narración de experiencias que estaban allí para ser revividas. La Memoria de Hudson supone la copia fiel tanto como en su momento lo prometieron la fotografía y el cinematógrafo. Es una Memoria de registro, un gran ojo que se pasea por todo lo vivido como si hubiese sido almacenado en bruto para que alguna vez el ya viejísimo Hudson pudiese recuperarlo. Casi todos los comentaristas destacan su memoria prodigiosa, un hombre que recuerda el matiz verdoso de un yuyo pero ha olvidado el castellano que intenta practicar cuando su sobrina Laura lo visita en Londres. Quizás las sonoridades de ese idioma no lo han impresionado tanto como la llanura, los escasos árboles y los muchos pájaros, protagonistas de su autobiografía Allá lejos y hace tiempo. Es el libro que narra su infancia, período en que se percibe todo por primera vez y se garantiza, según su propio requisito, la evocación por excelencia. Páginas escritas de un tirón en la convalecencia de una fiebre que como por milagro despeja las brumas de los viejos tiempos; editadas casi a la par de su testamento, eso que uno escribe para cuando ya no pueda decir nada más. Y aquí su otra obsesión: el temor a la muerte presente desde que los médicos le prescriben una existencia corta y una partida de sorpresa, a causa de una debilidad cardíaca descubierta después de una gripe adolescente. En contra, entonces, de la muerte y del olvido, escribe como quien recuerda bajo una hipnosis providencial; técnica admirada y defendida de sus detractores por el Hudson psicólogo que sabe ser cuando intenta explicar las bondades del ocio o el horror que nos provoca un simple bicho.
Bajo esta Memoria fotográfica operan, como dos ilusiones fascinantes, la continuidad vida-obra y la naturalidad del lenguaje. En la primera, participan sobre todo los reseñadores que intentan encontrar en su biografía algunos indicios para comprender cierta incoherencia de la obra. La mayoría ansiosa por comprobar que los personajes tienen más relación con su creador de lo que él mismo confiesa, a pesar de frases bastante elocuentes como es una ilusión suya creer que las aventuras allí relatadas son autobiográficas. (Cartas a Cunninghame) En contra de las interpretaciones forzosas lo descubren vestido de tweed y sin poncho o lo leen en sus cartas afirmando que conoce bien la pampa porque es su tierra nativa aunque abandonada para habitar nuestro suelo inglés. Para desencanto de varios, no se le escuchó una condena firme de la tiranía rosista, ni una alabanza a la modernización genocida, ni un saludo a los europeos migrantes. Tampoco han dado con la cita que explique satisfactoriamente su partida, mucho menos su reticencia a volver pese a las invitaciones de algunos familiares que lo tientan con imágenes de avecillas y de flores.
Ante la desgracia de que los datos no confirmen el Hudson deseado, muchos optan por encontrarlo contradictorio, incoherente, aturdido. Otros recrean un triste gaucho atrapado por la city más parecido a un águila enjaulada y en pena. Cuando no un romántico que prefiere el destierro antes de ver con sus propios largavistas los campos arados. Un hombre que vive a través de su escritura porque afirma que su vida ha terminado al dejar las pampas. Según una lectura simplista de esos dichos, Hudson es de a ratos Richard Lamb y vuelve a cabalgar mientras suspira tras las ventanas mínimas de su pensión londinense. El efecto atemporal de sus textos refuerza esa interpretación porque logra un presente continuo, fluido, errante donde casi nos sorprendemos con él ante el paso sigiloso de un ciervo o el nido escondido entre las ramas y gracias al cual olvidamos que la anécdota tuvo lugar hace unos ciento y pico de años.
Hudson mismo es, a la vez, autobiográfico y antibiográfico. No deja de hablar de sí pero evita las pruebas de su intimidad, quema manuscritos y pide a sus mujeres amigas devoluciones de las viejas cartas. En las breves epístolas salvadas hay oscuridades y malentendidos como los hay hasta en las vidas que se saben de antemano celebradas póstumamente. Guardan, también, huellas de un recorrido original fuera de las escuelas literarias, de las clases sociales y de las nacionalidades definidas; un Hudson algo nómade que nunca está donde se lo espera. Anda migrando como sus aves amadas y, por suerte para la literatura, dándole letra a ese narrador que es él aunque nunca del todo.
La otra poderosa ilusión de sus escritos provocada por la excusa de la Memoria es celebrada por los comentaristas como transparencia o diafanidad del lenguaje. Aquí aparecen fáciles imágenes de la naturaleza en las que su prosa corre como el agua o vuela como el cóndor, apaciblemente y sin mover las alas. Además, crece como los pastos, espontáneamente y al sol. Se trataría de una obra extraída de la naturaleza del siguiente modo: Hudson vaga y percibe con su fina sensibilidad, Hudson recuerda como quien revive, Hudson escribe casi como viviendo. Según afirma en su correo, abonando las metáforas vegetales, sueña con el día en que me encontraré al fin a mí mismo en absoluta armonía con todas las cosas animadas e inanimadas y tendré por lápiz una verde hoja de pasto y por tintero una gota de rocío asoleada y donde un día será como mil años y mil años, suponiendo que viviera tanto tiempo, serían como un día. (Cartas a Cunninghame)
Las palabras que dicen provenir del rocío esconden bellamente el puro artificio y el esfuerzo que la naturalidad conlleva. Mucho sabe Hudson de ese salto entre las cosas (animadas e inanimadas) y las palabras ya que ni siquiera tiene las voces humanas apropiadas para transmitir el canto de las aves. Cuando las encuentra, intuye que nada garantiza su eficacia y que buscarlas es una batalla perdida desde siempre. Lewis Carroll, esa otra anomalía para la moral victoriana, le hace decir a Humpty Dumpty –mientras Hudson recorre la Patagonia- que, en cuanto a los significados de las palabras, la cuestión es saber quién manda. El libro en que Hudson cuenta aquel viaje de expedición y despedida, aparece veinte años más tarde y convoca al disparatado pero sagaz personaje: Fácilmente podemos perdonar a los poetas sus descripciones equívocas, puesto que como guías no son de fiar y muchas veces como Humpty Dumpty, en "A través del espejo", hacen que las palabras desempeñen "trabajo extra". En busca de conceptos bien fundados acostumbramos a acudir a los hombres de ciencia, pero, por extraño que parezca, mientras se quejan que nosotros –los no científicos- carecemos de ideas determinadas y correctas sobre el color de nuestros propios ojos, ellos han prestado apoyo a las fábulas del poeta, y se han tomado el trabajo, incluso, de convencer a la humanidad de su acierto. (Días de ocio: 169)
Otra vez fugando de los nombramientos y los titulados: se dice no científico pero se distancia de los poetas. Su estilo es engañosamente despojado y llano como es de engañosa la pampa vacía para quien no la sabe leer repleta de rastros. Ese dejo natural le exige correcciones, tachaduras, peleas con los adjetivos que no dicen lo que deben, extensas digresiones que parecen silvestres pero que han sido cultivadas justo para distraernos. Y lo logra, hasta que reparamos en que nos está contando la impresión que le causa un coro de tordos al pequeño bárbaro William, comparándolo con la música instrumental de algún salón inglés; o el susurro de los álamos con el de las olas que ha escuchado mucho años más tarde. El efecto se refuerza por la escasa jerarquización de los temas que nos lleva de la composición química de la luz de una luciérnaga a la reflexión sobre el panteísmo en la humanidad. Además de la displicencia con que recurre al dramatismo, sorprendiendo al lector en solidaridad con la tragedia de unas hormigas de las que hay miles.
En fin, los hechos triviales narrados como epopeyas y los viejos recuerdos reanimados como vivencias actuales, ocultan las trampas del lenguaje cuya artificialidad conmueve a nuestro autor tanto como la aparente naturalidad de las cosas. Su tierna manera de perseguir las voces que dicen mejor el mundo lo convierte en escritor casi a su pesar. Lástima que de esa búsqueda maravillosamente inútil que es toda su literatura, nada nos dice la combinación de versos elegida por sus amigos para el epitafio: Amó los pájaros, los lugares verdes y el viento de los matorrales, y vio el brillo de la aureola de Dios. 
 

Notas

(1). En orden de enumeración (ver bibliografía): Lucilo Oriz, Fernando Pozzo, Ezequiel Martínez Estrada, Luis Velázquez,  Enrique Espinoza, Alicia Jurado, Luis Franco, Carlos Astrada, Antonio Gallo, Haydée Jofre Barroso, Juan Azcoaga, Jorge Casares, Hugo Manning, Jorge L. Borges, Jorge Pickenhayn, Julio Orioni y Fernando Rocchi, Newton Freitas, Angélica Mendoza.

(2). Hudson, W. H.: Días de ocio en la Patagonia, AGEPE, Bs.As., 1956, pág.122. 
  
  

Bibliografía
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Astrada, Carlos: El mito gaucho (1948), Ediciones Cruz del Sur, Bs.As., 1964.
Azcoaga, Juan: Estudio preliminar a G. E. Hudson, CEAL, Bs.As. 1969.
Barros, Álvaro: Fronteras y territorios federales de las pampas del sur,(1872) Librería Hachette S.A., BsAs., 1975.
Borges, Jorge L.: "La tierra cárdena", El tamaño de mi esperanza (1926), Alianza Editorial, Madrid, 1998.
Casares, Jorge: "Hudson y su amor a los pájaros", Antología, Losada, Bs.As., 1941.
Darwin, Charles R.: Viaje de un naturalista alrededor del mundo, Ed. Grech S.A., Madrid, 1989.
Espinoza, Enrique: "La reconquista de Hudson", Revista Hispánica Moderna, Año X, nro. 1y 2, enero y abril 1944.
Falkner, P. T.: Descripción de la Patagonia y de las partes contiguas de la América del Sur, Librería Hachette S.A., 
     BsAs., 1974.

Franco, Luis: "Hudson en la pampa", Revista Hispánica Moderna, , Año X, nro. 1y 2, enero y abril 1944.
Freitas, Newton: "Guillermo Enrique Hudson", Ensayos americanos, Ed. Shapire, Bs. As. 1909.
Gallo, Antonio: "Nuevos testimonios sobre G.E. Hudson", Revista Hispánica Moderna, , Año X, nro. 1y 2, enero y abril 
     1944.

González, Horacio: Restos pampeanos, Colihue, Bs.As., 1999.
Hudson, W. H.: Días de ocio en la Patagonia, AGEPE, Bs.As., 1956.
Hudson, W.H.: Cartas a Cunninghame Graham y a la Sra. De Bontine (1890-1922), Ed. Bajel, Bs.As.
Jofre Barroso, Haydée: Genio y figura de Guillermo Enrique Hudson, EUDEBA, 1972.
Jurado, Alicia: Vida y obra de W.H. Hudson, EMECE, Bs.As., 1988
Manning, Hugo: "Significación e influencia futura de Hudson",Antología, Losada, Bs.As., 1941.
Martínez Estrada, Ezequiel: "Estética y Filosofía de Hudson", Antología, Losada, Bs.As., 1941.
El mundo maravilloso de Guillermo Enrique Hudson, (1951) Beatriz Viterbo Editora, Rosario, 2001.
Massingham, H.J.: "Hudson el gran primitivo", Antología, Losada, Bs.As., 1941.
Mendoza, Angélica: "Noticia biográfica", Revista Hispánica Moderna, Año X, nro. 3 y 4, julio y octubre, 1944.
Muñiz, Francisco J.: "Páginas científicas y literarias", Sec. de Cultura de la Nación y Marymar Ediciones, Bs.As., 1994.
Orioni, Julio y Rocchi, Fernando: "El darwinismo en la Argentina", Revista Todo es Historia, nro.228, abril de 1986.
Oriz, Lucilo: prólogo a Dias de ocio en la Patagonia, AGEPE, Bs.As., 1956.
Pickenhayn, Jorge: El sino paradójico de Guillermo Enrique Hudson, Ed. Corregidor, Bs.As. 1994.
Pozzo, Fernando: "Semblanza de Hudson", Antología, Losada, Bs.As., 1941.
Pritchett, V.S.: "Hudson, el naturalista", Antología, Losada, Bs.As., 1941.
Sarmiento, Domingo F.: "Darwin" en Textos fundamentales, Cía, Gral.Fabril Editora, Bs.As. 1959.

Velázquez, Luis: Hudson vuelve, Ed. Llanura, La Plata 1952.

martes, 19 de marzo de 2013

Yo el Supremo

Juan Yáñez
Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia
SERIE: Dictadores latinoamericanos. Páginas literarias. 

                                    “ Creíste ( . . . ), que la Revolución que salió armada de tu cráneo, empezaban y acababan en ti. ( . . . ) Te alucinaste y alucinaste a los demás que tu poder era absoluto. Dejaste de creer en Dios, pero tampoco creíste en el pueblo con la verdadera mística de la revolución; única que lleva a un verdadero conductor a identificarse con su causa; no a usarla como escondrijo de su absoluta vertical persona ( . . . ) mantuviste a distancia al pueblo de quien recibiste la soberanía y el mando ( . . . ) Te quedaste a mitad de camino y no formaste verdaderos dirigentes revolucionarios sino una plaga de secuaces atraillados a tu sombra ( . . . )”  Yo el Supremo (novela, 1974). Autor: Augusto Roa Bastos (1917-2005)

                                     Pareciera, luego de leer este fragmento de la obra cumbre de éste escritor paraguayo, nos queda claro, que los dictadores y por ende las dictaduras tienen la particularidad (al menos las latinoamericanas) de presentar coincidencias de fondo y de forma sobre la conducción de sus gobiernos.
El célebre dictador Doctor Francia
El personaje de esta novela  no es otro que José Gaspar Rodríguez de Francia, también conocido como el Doctor Francia, Karai Guazú o el Supremo. Había nacido este ideólogo político y patriota paraguayo,  en Asunción en 1766 y muerto en 1840.  Graduado como doctor en jurisprudencia, mostró sus aptitudes políticas luego de Revolución de Mayo de 1810,  que fuera  proclamada  en Buenos Aires,  en la cual se instituyeron y crearon  las Provincias Unidas del Río de la Plata,  estado independiente de la corona española y bajo el mando de La Junta de Buenos Aires, siendo la Intendencia de  Paraguay,  parte de esa jurisdicción y con la obligación de acatar las disposiciones de ese nuevo gobierno. Es entonces que el gobernador del Paraguay convoca a un Cabildo Abierto en el cual  se decidió el Rechazo del Paraguay a la Junta de Buenos Aires. El Doctor Francia sostuvo la idea de proclamar inmediatamente la independencia del Paraguay tanto de España como del Río de la Plata, pero su moción no fue apoyada por ninguno de los demás convocados.  A partir de allí organizaría su gesta revolucionaria, ejerciendo con resolución, su poder en el manejo de elementos civiles y militares, que llevaría a la independencia del Paraguay y después ha convertirse en un personaje de leyenda,  el Dictador Perpetuo del Paraguay.
Augusto Roa Bastos
Gráficas: cineenbolivia.blogspot.com   www.villarica.online.com
www.cultura.gov.py.com

lunes, 24 de diciembre de 2012

El increíble relato de la sublevación de los indios “Pampas” en Santa Ana

El cacique Yancamil  (foto tomada en 1814)


                                              Parece una historia sacada de los viejos libros de aventuras. Pero ocurrió aquí, a pocos kilómetros de Posadas, en Santa Ana e involucró al primer gobernador y a un grupo de indios ranqueles, habían sido capturados en la conquista del Desierto, conducida por Julio Argentino Roca. Liderados por Yancamil, los ranqueles se sublevaron por la explotación a la que eran sometidos en un ingenio azucarero, donde la mayor afrenta fue que hicieran trabajar a las mujeres.

CP Actualizado viernes 18 marzo 2011 

Yancamil o Llancamil fue sobrino de los cacique ranqueles Mariano Rosas y de Epumer, enviado a Tratar la Paz entre el estado Argentino y los Ranqueles de su tribu en Rio Cuarto (Córdoba) en 1872 donde conferenció con Julio A. Roca, luego encabezando la comisión de Epumer se dirigió a Villa Mercedes (San Luis) en 1878, donde fue emboscado por Rudecindo Roca a inicios de la “Conquista del Desierto” logra salvarse del fusilamiento escapando.
Vuelve a los toldos de Epumer que encuentra saqueados y abandonados, reagrupa los ranqueles dispersos y subsisten del pillaje tratando de reconstruir una tribu y su modo de vida pero la fundación de Victorica en febrero de 1882 anuncia que los blancos han venido para quedarse, intenta un acercamiento pero es recibido hostilmente. El 19 de agosto de 1882 se produjo el último hecho de armas entre Ranqueles y fuerzas del ejército Nacional: El combate de Cochicó, los soldados son obligados a retirase por los ranqueles, Yancamil escapa una vez más de las fuerzas Nacionales, finalmente lo atrapan en 1883 y lo trasladan a la Isla Martin García, escapa de allí junto a “Pincen” y llega hasta Carmelo, pero las autoridades del Uruguay considerándolo reo prófugo lo devuelven a la isla prisión.
Rudecindo Roca reaparece para signar la vida de Pampas - Ranqueles allí cautivos, pide al Ministerio de guerra le entregue prisioneros del la isla para llevarlos a trabajar en Misiones, donde ejercía el cargo de gobernador del Territorio Federal de Misiones entre 1882 y 1891. Hacia Misiones se embarcan Yancamil y su gente en 1886. Pero logra escapar, se refugia en el Paraguay, país que no concedió su extradición, desde allí regresa años después a su tierra natal, donde muere a muy avanzada edad.
Lo antes dicho es lo que hasta hace poco se conocía, pero en Misiones hay un documento que si bien es conocido por los investigadores misioneros, nunca había sido transcripto íntegramente y los protagonistas de los hechos que narra tampoco habían sido investigados. Se trata de un sumario levantado por un juez tras recibir la denuncia de un motín indios que trabajaban en un ingenio azucarero, quienes además saquearon el establecimiento y se fugaron al Paraguay cruzando el Río Paraná en embarcaciones tomadas del puerto de establecimiento. La historia fue contada hace unos días por el historiador Julio Cantero, quien disertó en Santa Ana, junto a Alejandra Schmitz, invitados por la intendenta Mabel Pezoa. La sublevación de Yancamil , guerrero casi indomable para los Roca, ocurrió en en el Ingenio Azucarero (hoy en ruinas) del campo San Juan, en Santa Ana.
En efecto, Rudecindo Roca, hermano de Julio Roca, había construido un ingenio azucarero en 1884 en un lugar hoy conocido como campo San Juan en la localidad de Santa Ana Misiones, para mano de obra trajo indios del Chaco y Formosa capturados por expediciones militares como en la campaña al desierto. Estos indios se escaparon en reiteradas oportunidades y muchos fueron muertos en las persecuciones. Así pronto necesitó más mano de obra esclava y es entonces que manda pedir “indios pampas” de Martín García. En 1886 El viajero E. L. Holmberg visitó el ingenio de Rudecindo Roca durante su viaje a Misiones, y dejó un valioso testimonio del que destacamos este relato, que menciona a los “Pampas”:
“En aquel momento, el coronel [R. Roca] se preocupaba de instalar un grupo de indios cautivos que había llevado de Martín García, y dirigía penosamente sus primeros trabajos. No sé cuántos eran, pero me pareció que había allí más de cien. Su tipo era Pampa ó Araucano, y procedían seguramente de las conquistas australes. Prisioneros en la isla nombrada con  uchos otros centenares, el coronel los había solicitado, del Ministerio de Guerra, para su Ingenio, y, después de obtenerlos, los había instalado allí”.
Un relato de F. Basaldua, otro viajero es también muy interesante dado el juicio crítico que expresa en época tan temprana: “A los veinte y ocho kilómetros de Posadas llegamos al ingenio […], fundado por el general R. Roca cuando fue gobernador de Misiones, con maquinarias de último sistema y cañaverales de primer orden. El general se fundió, á pesar de tener á su servicio en calidad de encomendero toda una tribu numerosa de indios de La Pampa, trasplantados á lejanas tierras por el delito horrendo de defender bravamente la tierra de sus padres…”
Yancamil estuvo en el Ingenio San Juan lo sabemos a partir de la transcripción documental, que lo nombra en más de 30 oportunidades, también se sabe ahora con mayor certeza gracias a esta transcripción, cómo escapó de allí.
Entonces, en 1888 se produjo lo que en la Historia Misionera e s conocido como la sublevación de Indios Pampas del Ingenio del Gobernador Roca, y el documento trascripto es nada más que la recopilación de los testimonios de los testigos de la sublevación y fuga de estos indios, a quienes ellos denominaban simplemente “Indios Pampas”; de estos testimonios surge esta reconstrucción de los hechos, escrita parafraseando a los testigos en gran parte, solo modificando su expresión cuando es preciso y ajustando el texto para mayor compresión. Si bien no es textual como lo expresaran los testigos en 1888 se ha respetando el sentido que le han querido dar a sus testimonio yuxtaponiéndolos con cohesión y coherencia para construir un texto que recopile los aportes originales de cada testigo completándolos y dando un panorama completo de los hechos.
Se puede observar a Yancamil dirigiendo la sublevación junto a Melideo. Estos hechos tuvieron lugar el 23 de junio de 1888. Y fueron registrados por el Juez de Santa Ana, José Mujica de cuyo puño y letra reconstruyendo paso a paso la sublevación y fuga de más de 250 “indios pampas” de la servidumbre a las que les habían sometido.

Los hechos
Entre los indios pampas (en Misiones llamaban pampas a todos los indios provenientes del sur, independientemente de su etnia) reinaba el descontento por el mal trato al que eran  sometidos por Jordán Hummel, el administrador o “mayordomo” del Ingenio. “Muy especialmente por haber puesto a trabajar a las mujeres en el corte de caña”, también en la tienda del establecimiento se cometían estafas adulterando pesos y medidas. Yancamil había expresado su descontento a Esteban Daneri, diciendo que esperaba el momento en que estuviera presente el general Rudecindo Roca para poner en su conocimiento todo el maltrato proferido por el administrador. Un testigo afirma que otra causa de la sublevación "ha de ser la falta de algunos alimentos y sobre todo el hacer trabajar a las mujeres según manifestó [a el] declarante el mismo Melideo".
En las primeras horas del día 23 de junio de 1888 el indio Juan Centeno "tuvo aviso reservado de [parte del] indio Huincá, que ese mismo día debían sublevarse todos los indios Pampas que trabajaban en el establecimiento". Juan Centeno decidió no sumarse a la sublevación sino al contrario, advierte el plan a la mujer del administrador, también avisa a algunos empleados hasta que logra dar con el administrador Jordán Hummel y lo pone al tanto, pero éste no lo toma en serio y e ignora el aviso. Cerca del mediodía un empleado se dispone a ir al pueblo de Santa Ana, va hacia los establos en busca de un caballo y advierte que los guardias del establo habían sido reducidos y despojados de sus armas “Remingtons”. A las 12:00, hora en que suena la campana, los indios pampas se alzaron en armas, tomaron sus machetes de cortar caña y con lanzas, boleadoras y palos; tomaron todas las dependencias del ingenio. Los relatos de testigos comienzan un poco antes de esa hora.
Patricio Salas, el herrero estaba en su casa almorzando cuando vienen los indios Santos, Simón y Yancamil y le preguntan por el mecánico Guillermo Gouchard; Salas le dijo que no se hallaba allí y estos sin creerle revisaron toda la casa sin encontrarlo, le preguntaron si tenía armas, respondió que no y se fueron. Luego volvió a pasar por ahí Santos y le dijo que huyera sin darle más detalles del porqué...
Juana Fernández, afirma en su testimonio que ve por la ventana pasar corriendo al señor Jordán Hummel, en ese momento se asoma y ve que de los galpones ocupados por los "Indios Pampas" "salían todos estos en grupo numeroso armados de palos, cuchillos y machetes, dando espantosos gritos dirigiéndose a las poblaciones ocupadas por el negocio y el mayordomo", llegaron a la casa de Jordán, donde estaba su mujer y su hijo y el peón Gabriel Florentín, entraron y los tomaron. En ese momento a Juana se le acercó el indio llamado Juan Rosa y le dijo que se escondiera.
Anastasio Valdez desde su casa vio pasar a Cirilo Ríos preso por un grupo de indios dirigidos por Yancamil. Arthur Kirschner se encontraba en la habitación que ocupa "junto a la estación de la locomotora" cuando sintió "gran ruido", salió y vio a un numeroso grupo de indios armados con palos, machetes, hondas, boleadoras y lanzas. Entonces se encerró en su habitación y observó desde la otra puerta como saqueaban el negocio y las habitaciones de Daneri y la que el Rudecindo Roca ocupaba cuando estaba presente.
Francisco Estrada salió con un grupo de peones en el depósito de la locomotora, tomó una carabina y disparó a la cabeza del grupo de indios que conducía prisionero al capataz Cirilo Ríos, quiso repetir el disparo pero la carabina no funcionaba.
Guillermo Almeida abre las puertas del negocio que hasta entonces permanecía cerrada como de costumbre y es invadido inmediatamente por un numeroso grupo de indios armados capitaneados por “Simón, hermano de Yancamil” quienes con empujones y amenazas de muerte lo obligaron a salir afuera.
Se sintió un gran griterío, comenta Juan Chavanne, salió de la habitación que ocupaba en la administración que da a la barranca del río y vio un grupo de indios armados con machete se dirigían por la bajada que da al rio donde se apoderaban de la canoa y los vaporcitos anclados frente al embarcadero. Viendo el peligro inminente huyó al cañaveral, invitando a hacer lo mismo a la mujer de Esteban Daneri y sus tres hijos y a otra mujer y criaturas que se hallaban con él. Ignacio Borja cuenta que a las una de la tarde oyó un tiro y al salir a la puerta se encontró con un grupo de indios armados capitaneados por Yancamil, quien ayudado por otro indio, le ató las mano atrás de la espalda.
El indio Juan Centeno buscó y encontró a Jordán y le manifestó que era su amigo y que como tal pelearía a su lado, lo acompañó al depósito de la locomotora de donde fueron repelidos hasta la fábrica nuevamente.
La compañera de Jordán, narra que momentos después que éste saliera para la fábrica ya  advertido, se presentó en su casa un grupo numeroso de indios encabezados por Yancamil, armados de machetes y hachas, pidiéndole a gritos y con amenaza que les entregara las balas que habían allí, entrando todos los indios a la casa. La mujer de Jordán entonces abrió todos y cada uno de los baúles para que vieran que no había balas. Desde allí fue raptada con sus hijos trasladada y encerrada, vio como los indios con Yancamil a la cabeza sacaba y se distribuían los Remington y machetes. Presenció también cuando los primeros indios se embarcaban en la canoa y vaporcitos “Huascar y Fénix”, en ellos partieron todas las mujeres y niños y solo algunos hombres.
Juana Fernández se había encerrado, los indios que golpeaban violentamente y exigían a gritos que se les abra, una vez abierto entraron con Yancamil a la cabeza quien les exigió que les entregara las balas que ellos sabían se guardaban en el altillo. El testimonio de Juana en el sumario dice "asegurándole Yancamil a la declarante que a ella personalmente no le sucedería nada porque no era a ella sino a Jordán y a Esteban a quien querían encontrar" (folio 31) los indios comenzaron a apoderarse de las ropas y elementos que encontraban a mano "mientras Yancamil con su machete levantaba la puerta del altillo", entonces bajo amenazas hizo entrar a un hijo de Juana llamado Anselmo, al altillo para que le pasase todas las balas que había, luego son sacados a los empujones por el mismo Yancamil al patio, allí se encontró con la mujer de Jordán a quien también llevarían prisionera, y "al peón de la Bomba" Ignacio Borja que estaba atado con las manos en la espalda. Mientras tanto los indios culminaban el saqueo.
Como media hora después de haber zarpado aguas abajo los vaporcitos, los indios emprendieron marcha en la misma dirección llevándose rehenes.
Guillermo Almeida encuentra en la fábrica encerrados y temerosos a Jordán y los peones, estos observaron desde ahí el saqueo del negocio y las otras poblaciones, presenció también como Yancamil llevaba preso a Cirilo Ríos y luego a la mujer e hijo de Jordán, luego de presenciar el rapto de su familia agazapado, desde la fábrica súbitamente desapareció Jordán, había escapado por entre los cañaverales, no volvería sino hasta el día siguiente.
"Una hora después" de iniciada la sublevación "a eso de las dos y media de la tarde" los indios sublevados que no fueron embarcados en los vaporcitos fueron caminando por la costa en dirección a lo que es "conocido por puerto Alves, llevándose prisioneras a la mujer e hijo de Daneri, a la mujer e hijo de Jordán, a la mujer del peón Antonio Barbosa y al peón de la bomba Ignacio Borja.” Emprendieron camino a un monte espeso distante 20 cuadras del establecimiento, donde se detuvieron por primera vez, Juana Fernández "pudo observar a pesar de estar separada y con centinela, que los indios que tenían armas fueron colocados por Yancamil en varios puestos á manera de centinelas, mientras que las canoa embarcaban indios para pasarlos al frente, a la costa paraguaya", donde ya habían arribado las dos  embarcaciones, que transportaron la mayor parte de los fugados.
En esta primera parada del contingente en fuga, regresa a la costa argentina la canoa y embarcan aproximadamente veinte indios. Cuando vuelve a partir, Yancamil ordena ponerse de nuevo en marcha hasta otro monte más espeso y enmarañado distante sobre la costa. Volviendo hacer alto allí y una vez más embarcando otros "veinte y tantos indios" en la canoa que ya había regresado.
"Los que quedaba a este lado siempre con Yancamil a la cabeza como jefe, emprendían de nuevo la marcha por la misma costa, hasta dar tiempo a que regresara dicha canoa". Así los indios hicieron altos en su marcha "observando en todos ellos las mismas precauciones".
Cuando los indios sublevados se habían ido, vino a las poblaciones y la fábrica el sargento de policía del distrito D. Nemesio Cepeda, comisario de Santa Ana, encontrando las puertas rotas y todo en el más completo desorden. El sargento Cepeda y el peón Remigio Silva se dirigieron al lugar donde se suponía debían estar los indios para rescatar a los prisioneros, "serían las tres de la tarde" cuando la policía llegó al monte sobre la costa donde se encontraban “los indios”. Yancamil los vio y ordenó les dispararan, siendo él mismo el primero en disparar, hirieron a uno de los perseguidores pero en sus filas cayó muerto el indio “Lincon”.
La policía se retiró con su herido y los indios pampas prosiguieron su escape, cruzando el último contingente en la canoa cerca de las nueve de la noche, los cautivos y cautivas fueron dejados en la costa argentina desde donde regresaron al ingenio todos ilesos.
Toda la tribu de “indios Pampas” se había fugado del ingenio del General Rudecindo Roca en Misiones.
Esta es una síntesis del documento, construida a partir de los testimonios. Un aporte a la historia de Yancamil y el pueblo Ranquel, víctima del roquismo. Afortunadamente este caso tuvo un final sino feliz, por lo menos alentador, ya que la mayor parte de los indios esclavizados logro su libertad con esta sublevación.
Se creía que Yancamil había luchado hasta 1882 en Cochicó contra Tránsito Mora y Simón Martín, que luego fue apresado y sometido logrando después indulgencia estatal. Pero su última batalla fue en el San Juan en 1888 contra la explotación esclavista de Roca, proeza que culminó con la victoria y libertad de toda la tribu de “indios Pampas” encabezados por este gran líder Ranquel que se resiste a pasar desapercibido por la historia.


El ingenio en aquella época


 Fuente:

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                                        Interesante página de la Historia Argentina que merece recordarse.  Existe mucho material de este tipo que se ha reservado por discutibles intereses, que en muchas oportunidades fueron deshonrosos.   Es ya hora de mostrar abiertamente todo aquello que ha acontecido en la historia nacional, sin hipocresías. con la mayor certeza y equidad. *

*  (ver Batalla de Cochicó)

domingo, 4 de noviembre de 2012

Miles de migrantes de todo el país viven en situación de riesgo en Ushuaia


LOS FLORES. Dos hermanos salteños que viven en pleno bosque, la villa
miseria El Escondido, de Ushuaia.  
Las villas miserias australes muestran un caos humanitario y ecológico.

Matilde Sánchez USHUAIA ENVIADA ESPECIAL 
msanchez@clarin.com
El Concejo Deliberante de Ushuaia aprobó finalmente el proyecto de urbanización de 64 hectáreas del valle de Andorra donde podrían construirse unas 1.200 viviendas. Esta medida pretende aliviar con atraso la presión habitacional y disuadir de las intrusiones en tierras no aptas para el asentamiento humano. Esta emergencia local es un problema de todo el país. 

Debido a la inmigración del interior desde 2001, Ushuaia vive un estallido demográfico único y el boom turístico llevó los alquileres a la estratósfera. Un recorrido por los últimos asentamientos revela mucho más que un paisaje de urbanismo degradado.

El cerro de La Bolsita fue bautizado así por ser una zona muy ventosa adonde van a dar las bolsas plásticas sin dueño. En invierno éstas se enganchan a las ramas como patéticos farolitos. La noción de favela está tan presente que hasta le llaman "el morro". No hay cloacas y son 54 familias colgadas del alumbrado. Un mes atrás, decenas levantaron sus casillas de polietileno: cada una tiene su bandera argentina para reivindicarse como "no-bolivianos". Son una irónica Gendarmería del desempleo en el país. Las mujeres cargan bidones de agua por una cuesta señalizada con carteles de "peligro": a dos metros bajo tierracorre un gasoducto de alta presión y un electroducto de 13 mil kilowats. El juez Juan J. Ureta ordenó el desalojo pero sólo unas pocas casas fueron desarmadas. Hay más de 150 menores de diez años en taperas que a menudo sólo contienen una carpa. Dice Fabricio Osuna, delegado del barrio: "La Gobernación y la Intendencia compiten por no atendernos".

En la Reserva Forestal de El Escondido, a pocas cuadras del centro, el bosque no dibuja el paisaje sino un laberinto inflamable. Hace un año se abrieron dos caminos entre los árboles y pocos después cientos se habían instalado. En precarias chozas de telgopor, que arde más que la madera, hoy viven 250 familias llegadas de todo el país y de Bolivia. Se calientan con salamandras y cocinas a garrafas, vendidas a un precio "social" de 5 pesos. Imposible caminar. Se accede sorteando troncos por dos sendas embarradas: hace un mes una parturienta tuvo que ser rescatada por los bomberos. Estos vienen reclamando arreglos en la Zona Norte desde hace años. Esta villa miseria es uno de los temas calientes de una Intendencia que cerró la recepción de pedidos de viviendas hace siete años. El loteo y entrega de parcelas quedó en manos de la Gobernación y el mercado inmobiliario. Los mencionados son apenas dos entre los treinta asentamientos informales.

En su despacho, el intendente Jorge Garramuño señala que la ciudad no cuenta con "tierras fiscales" y que la carta orgánica les impide entregar lotes sin servicios. Dice que los costos de llevar luz y veredas a la montaña hacen que El Escondido sea "inurbanizable". Su secretario de Gobierno, Héctor Stefani, compartió en diálogo con Clarín sus sospechas de que detrás de las intrusiones mencionadas está involucrado un sector del Justicialismo fueguino. En algunos despachos se acusaba al senador Mario Daniele y a su aliado en el Concejo Deliberante, Juan C. Pino, de orquestar el asentamiento "a lo bonzo" en el gasoducto de La Bolsita. En diálogo telefónico, Daniele lo negó de plano y señaló que "en diez años la Intendencia no urbanizó y ahora esto le estalla en las manos".

En el Instituto Provincial de la Vivienda, el arquitecto Jorge Cofreces tiene 5.700 familias inscriptas en espera de viviendas y antes de mediados del 2007 estará entregando unas 1.300 en toda la provincia. En Río Pipo, dentro de Ushuaia, compraron 121 hectáreas en el 2000 y ya se han urbanizado 41. Hace un año se entregaron allí las primeras 129 unidades; hoy construyen otras 237. Pero Cofreces dice que esta resolución es muy insuficiente debido a la aceleración demográfica: "La construcción nunca logra ponerse a la par de la demanda, aunque sólo puedan inscribirse quienes acrediten cuatro años de residencia".

El intendente Garramuño apunta a las autoridades provinciales, que "en siete años no construyeron una sola casa". Según él, la solución de fondo es construir poblaciones satélite en el puerto de Almanza y Remolino, que alojen a quienes trabajen en Ushuaia. "Mejor que las utopías conviene el modelo europeo —dice Cofreces— Aprovechar los parches urbanos". Más allá de estos recursos, el tercer sector involucrado es la Armada, que conservó todas sus tierras y cuenta con 80 hectáreas urbanizadas en zonas céntricas. Se espera destinar a viviendas sociales una parte de ellas, que la Armada cedería a cambio de la construcción de la base naval integrada, en la zona de la Península, aunque los convenios todavía van lentos.

EL BLOG OPINA
                                Esto muestra a la Argentina del siglo XXI...!  ¡Qué tristeza...!




sábado, 13 de octubre de 2012

Isabel Sarli, Embajadora de la Cultura Argentina por decreto.



Isabel «Coca» Sarli, que protagonizó el primer desnudo integral del cine de su país, tendrá rango de subsecretaria
EFE / BUENOS AIRES
Día 13/10/2012 - 01.53h
EFE
 de 77 años, ha sido declarada «embajadora de la cultura popular» de su país mediante un decreto de la presidenta argentina, Cristina Fernández, publicado este viernes en el Boletín Oficial.
El decreto presidencial reconoce a la «Coca» Sarli como «una verdadera representante de la cultura nacional, tanto por sus dotes de actriz cinematográfica, como por estar considerada un icono popular de su época y una figura emblemática del cine argentino».
También reconoce la «generosidad y honestidad» de la artista, cuya figura, según el decreto, resulta «insoslayable a la hora de ensalzar los valores éticos y culturales, al representar la síntesis de la imagen que Argentina desea proyectar al mundo».
Con cargo al presupuesto
El nombramiento le concede a Sarli el rango y la jerarquía de subsecretaria y, según el decreto, el gasto que demande el cumplimiento de su función será atendido con el presupuesto de la Secretaría de Cultura.
Isabel Sarli a sus 77 años

La actriz, famosa por haber protagonizado el primer desnudo integral en el cine argentino, regresó en 2010 a la gran pantalla, después de más de catorce años de ausencia, como protagonista de «Mis días con Gloria», filme dirigido por Juan José Jusid en el que compartió cartel con su hija adoptiva, Isabelita.
Sarli, que inició su carrera como modelo, llegando a ser coronada Miss Argentina en 1955, protagonizó una treintena de películas eróticas que le propiciaron fama en Latinoamérica y Estados Unidos en la década de los 60 y 70.
Su fotografía integra la galería de los «ídolos populares argentinos», inaugurada este año en la Casa Rosada, sede del Ejecutivo argentino.


"La Coca" tenía con qué y sabía mostrar...

EL BLOG OPINA
¿Será esta decisión producto de burla u otra metida de pata de la presidenta? Nos inclinamos por la segunda opción. No creemos que el cinismo sea una prioridad ante tanta supina ignorancia. No logramos imaginarnos que dirá la Sarli ante un auditorio o en una entrevista. Popular no es populismo sino lo escogido entre los valores representativos y multitudinarios de un país y que signifique lo verdaderamente autóctono o nacional.  ¿Será la señora Sarli la más presentable y justificada muestra de nuestra cultura popular ante los ojos del mundo? 

Material gráfico: cronista.com   elbrollo.com

jueves, 20 de septiembre de 2012

El país del 80 en una notable muestra fotográfica


Gaucho y caballo    (Hnos. Bootes)


Se expone en la UCA "La Argentina a fines del siglo XIX (1880 -1900)", con fotos de los hermanos Samuel y Arturo Boote



 El blog opina:


                                                   Interesante muestra fotográfica, que nosotros estando allá,  no la perderíamos...





La exposición La Argentina a fines del siglo XIX (1880 -1900), con fotografías de los hermanos Samuel Boote y Arturo Boote que se exhibe en el Pabellón de las Bellas Artes de la UCA hasta el 23 de septiembre, es un imprescindible repertorio de imágenes de la vida y costumbres argentinas en las últimas décadas del siglo XIX, cuando el país experimentaba profundos cambios sociales y políticos.

Lecheros  (Hnos. Boote)
Músicos de campo    (Hnos. Boote)   (notesé en el piso, al centro, una botella de Hesperidina. Asimismo el instrumento de fuelle es un bandoneón)






La exposición, curada por Abel Alexander y Luis Priamo

(Foto Hnos. Bootes)

(Foto Hnos. Bootes)
está integrada por 75 fotografías -impresiones de origen digital sobre papel fotográfico-, que muestran la producción de ambos hermanos agrupada en tres capítulos: Ciudad de Buenos Aires, Provincia de Buenos Aires y Otras Provincias.

Los Boote, argentinos de primera generación, eran hijos de ingleses llegados al Plata a principios de la década de 1840 y parte de una familia numerosa. Se criaron entre estancias de la frontera sur bonaerense, Chascomús y la ciudad de Buenos Aires. Samuel, diecisiete años mayor que Arturo, comenzó a tomar fotografías en la década de 1870. Se asoció con el escocés James Niven, un pionero de la actividad, y se desempeñó en Buenos Aires como fotógrafo y como importador y comerciante de materiales fotográficos. En la década de 1880 fue uno de los fotógrafos más importantes del país.

El hermano menor comenzó a difundir su producción fotográfica hacia 1890 bajo el nombre Arthur W. Boote y Cía. (la inicial correspondía al apellido materno: Woods). La firma vendía muchas fotos que había tomado Samuel, quien posiblemente le transfirió parte de su archivo. Para 1900 ambos habían abandonado la fotografía. Samuel se dedicó a explotar una estancia en Sierra de la Ventana; Arturo continuó la actividad comercial en otros ramos, emprendió negocios inmobiliarios y actuó como dirigente de instituciones benéficas de la colectividad británica.

Según Cecilia Cavnagh, curadora del Pabellón de las Bellas Artes, se prestó "especial atención a la calidad iconográfica; la selección de las fotos expuestas procuró un equilibrio de temas y regiones mostrando los cambios mencionados, especialmente en la Capital Federal, y los rastros aún visibles del pasado colonial".

"Con esta muestra -sintetiza Cavanagh- el Pabellón de las Bellas Artes de la Pontificia Universidad Católica Argentina expone, a un público amplio, fotografías de importancia patrimonial poco conocidas más allá de los cenáculos de expertos y coleccionistas, y contribuye a la valorización de una obra que sobresale por sus méritos en la historia fotográfica argentina".

La muestra, con entrada libre y gratuita, continuará hasta el 23 de septiembre

Fuente:   www.paulchanseaud.com.ar

Pabellón de las Bellas Artes
Alicia. M. de Justo 1300, PB.  Buenos Aires
De martes a domingo, de 11 a 19


La Argentina en blanco y negro de los hermanos Boote

Milena Heinrich  (Télam)
Costumbres, prácticas y paisajes son parte del pasado local reflejado por la lente icónica de los hermanos Samuel y Arturo Boote, prolíficos fotógrafos cuyas imágenes representan una valiosa fuente histórica en la muestra "La Argentina a fines del siglo XIX (1880-1900)", que se exhibe en el Pabellón de las Bellas Artes de la UCA.
Curada por Abel Alexander y Luis Priamo, la exposición es sólo el reflejo de las imágenes plasmadas en un libro, publicado por Ediciones Antorcha, donde se exhiben 112 fotografías.
Recién inaugurada, la muestra está integrada por 75 imágenes -impresiones de origen digital sobre papel fotográfico-, que destellan la producción de los hermanos (argentinos de primera generación) agrupada en tres secciones: Ciudad de Buenos Aires, Provincia de Buenos Aires y Otras Provincias, que dan cuenta de la amplitud territorial de la obra.
Samuel (1844-1921) y Arturo (1861-1936), hijos de ingleses que llegaron al Río de la Plata en la ola emigratoria de la mitad del siglo XIX, nunca trabajaron juntos, pero la exposición los agrupa en esta antología caudalosa.
Luces y sombras precisas que embellecen escenas, colores combinados con delicia, tomas cuidadas que sugieren más de lo que la retina alcanza a observar y un claro conocimiento sobre el espacio arquitectónico son algunas de las características de las imágenes exhibidas.
"Artesanos de la luz", como los bautiza Alexander, es la descripción que más le cabe a los Boote. Es que pareciera que con sus fotografías quisieron documentar la huella de la historia a través de indumentaria, estilos de vida, tradiciones, accesorios, juegos, espacios, edificios y medios de transporte.
Fotografías que datan de 1880 en adelante evidencian el país bifronte que era la Argentina del siglo XIX: una cara miraba hacia Europa y la otra hacia las provincias tradicionales, donde los criollos e indígenas mantenían sus propios ritmos de vida.
Barrios porteños con plazas arboladas, calles y construcciones hoy irreconocibles; niños en escuelas con pupitres ya extinguidos; aquel inédito horizonte de agua que alguna vez se perfilaba desde la Plaza de Mayo; estaciones ferroviarias imponentes; carretas y tranvías por los adoquines; hombres y mujeres con trajes y vestidos exuberantes ilustran con naturalidad una época pasada.
También aparecen paisajes inmensos, desérticos y salvajes; estancias tan pobladas como despobladas; paisanos rurales con sus ponchos, alpargatas y bombachas; tamberos, ganaderos, vitivinicultores y productores de la tierra; pueblos que empiezan a crecer con ferrocarriles y grandes edificios; naturaleza con sus animales y geografías.
Una de las cosas que se tuvo en cuenta para seleccionar las imágenes fue el equilibrio de número de fotos cada uno de los hermanos, "no sólo porque la obra editada por ellos tiene calidad pareja, sino porque entre ambos cubren los veinte últimos años del siglo, marcados por la expansión poblacional y económica del país", dice a Télam Priamo.
La exposición no sólo refleja el pasado local y el abismal paso del tiempo, sino también la historia de la fotografía, que llegó a la Argentina en 1843 bajo "el procedimiento del daguerrotipo, costoso proceso que reinó solo dos décadas entre las clases privilegiadas y fue reemplazado por la democrática y más económica fotografía o sistema negativo-positivo", contó Alexander.
"Serán estas antiguas imágenes amarronadas las que documentarán aquella Argentina casi colonial, pero donde ya se forjaban los profundos cambios sociales, políticos, económicos o arquitectónicos que se desarrollarían vertiginosamente en el país, vinculados a los dramáticos cambios que produjo aquel verdadero aluvión inmigratorio proveniente en su mayoría de Europa", agrega.
De ahí que "si los chinos acuñaron el lema que `una imagen vale más que mil palabras´ mucho tiempo antes de la invención de la fidelísima fotografía, podemos percibir que cada una de las fotografías realizadas por los hermanos Boote durante este rico período, son de hecho verdaderas ventanas abiertas que nos transportan hacia aquel ayer inasible", destaca Alexander.
"Los Boote fueron los mayores editores de álbumes fotográficos de vistas y costumbres del siglo XIX. Se aplicaron a documentar tanto el progreso como las tradiciones, de modo tal que la contigüidad de esos documentos es un buen reflejo de los cambios que se producían", despunta Priamo.
Es por ello que la obra de los hermanos tiene un significado especial dado el "gran nivel, la calidad -en algunos casos realmente excepcionales-, la amplitud de sus asuntos y extensión territorial de sus expediciones fotográficas", señala Priamo.