Andrés
M. Carretero*
Hubo una época que se extendió hasta bien entrada la
década de 1940., en que los campos de la provincia de Buenos Aires recibían la
visita anual de las langostas.
Venían del norte y se dirigían hacia el sudoeste,
siguiendo el rumbo marcado por los campos sembrados con cereales u oleaginosas.
Aparecían en densas nubes y su paso quedaba marcado por
la desaparición de todos los vegetales, provocando la ruina de los chacareros en
las pocas horas que duraba su permanencia. Y la desesperación de los placeros
de los pueblos que veían arruinados meses de trabajo, para embellcer los
canteros y la pérgola de la plaza principal que estaba a su cuidado.
Cuando aparecían las nubes de langostas ya nada podía
hacer el agricultor pero, como el ciclo de sus pasos era más o menos repetido
en tiempos previsibles, lasa autoridades distribuían en las municipalidades,
chapas de cinc, palas y combustibles.
Para combatirlas se cavaban zanjas que se rodeaban con
las chapas, Luego se procedía arrearlas
con trozos de bolsas agitados por veine, treinta o más hombres, que trtataban
de cortar el rumbo y llevarlas a las zanjas, donde esos mismos hombres u otros
derramaban combustibles –casi siempre nafta- y tras avisar a los otros
trabajadores, les prendían fuego, para matar a las langostas, sin importar la
etapa de su desarrollo.
Terminada esta tarea localizada, se seguía con las
zanjas, las chapas y el fuego, pero estos trabajos no servían para salvar los
sembrados. Las langostas dieron pábulo para el clientelismo político, manejado
casi a la perfección por los caudillos del conservadorismo o radicalismo, pues
los hombres que trabajaban en los campos para matar las langostas, recibían un
pequeño estipendio, cobrado al finalizar el día en la municipalidad de cada
partido.
Está demás decir que ese empleo momentáneo y mal
remumerado era discrecionalmente manejado por los caudillos, que así sostenían
a sus votantes “voluntarios”.
Hubo caudillos de que antes de dar el trabajo les
quitaban la libreta de enrolamiento, para asegurarse los votos.
Ese mismo procedimiento se usó, para la época de la poda de los árboles de las calles, que
duraba menos de una quincena, o para recorrer los caminos vecinales emparejando
las banquinas.
Cada caudillo tenía “su” grupo de trabajadores que le
era fiel, por el acuerdo tácito del trabajo por votos, que fue una de las características
más perdurables de la superada “política criolla”.
Fue una superación de la época en que el caudillo, para
imponerse en las elecciones, usaba a los matones, herederos de Juan Moreira.
*Historiador
(1927-2004), nacido en Bragado Pcia. de Bs.
As. Entre sus obras se destacan los 3 tomos
de Vida Cotidiana en Bs. As, Planeta 2000-2001.
Publicado
en Crónicas Bonaerenses (Tomo 1) de Lulemar Ediciones de Antonio Nilo Pelegrino
(2003)
EL BLOG OPINA:
El autor no
imaginó en su artículo, que la “política criolla”, que incluye a los "matones a lo Juan Moreira", expresiones ambas de rigurosa actualidad, no lograron desaparecer, como la langosta en aquella época. El clientelismo
siempre está latente y vuelve a brotar cuando encuentra oportunidad. Un claro
ejemplo de la sinvergüencería política argentina tiene una actualidad sorprendente:
el ominoso kirchnerismo , a pesar de ser derrotado en una difícil elección, como plaga de langosta aún pulula en la república. Evidentemente
nunca se termina de aprender…