27 MAR
2015 | 09:55
Por
gillespi - LA RAZÓN
Para
cualquier trompetista del mundo, la sola posibilidad de ver tocar a Wynton
Marsalis transforma un día cualquiera en un día excepcional. Más allá de gustos
personales y disquisiciones teóricas, Wynton es un ícono de la trompeta en el
jazz desde hace más de 30 años. Emergente de una familia de músicos, el pequeño
trompetista aprendió a tocar en la banda de su padre Ellis Marsalis, quien
desde el piano dirigía a sus jóvenes hijos: Wynton en trompeta, Branford en
saxo, Delfayo en trombón y Jason en batería.
Poco
tiempo después, el joven Wynton probó suerte con el legendario baterista Art
Blakey y sus “jazz messengers”: un grupo de temerarios músicos por donde desfilaron
los mejores solistas del mundo. Los trompetistas Clifford Brown, Lee Morgan,
Freddie Hubbard (todos ellos superlativos) fueron los antecesores de Marsalis
en el grupo.
La característica de los jazz messengers eran
los temas ejecutados a tempos vertiginosos (muy difíciles de tocar por la
velocidad), característica típica de grupos liderados por bateristas. En medio
de ese vértigo, Wynton surfeaba los arreglos a velocidad con total suficiencia.
Después de un breve protagonismo en el jazz moderno, dedicó sus últimos años al
estudio del jazz tradicional. Un buen día dejó de ver hacia adelante para fijar
su atención en el pasado. En los comienzos del jazz y su era de oro en los años
‘50, sus discos dieron un giro radical hacia los clásicos de Duke Ellington,
Louis Armstrong y Count Basie.
El
Lincoln Center es un edificio ubicado en el centro de New York que incluye
varias salas para conciertos, salas de ensayo, biblioteca y aulas para promover
el jazz entre los jóvenes estudiantes de música. Wynton Marsalis es el director
del Lincoln Center y desde su oficina vidriada del último piso mira la ciudad,
atiende a los músicos, responde mails y toca la trompeta.
Su misión
en la vida es promover y enseñar el jazz en todo el mundo. Para esto ha armado
una orquesta (más bien una Big Band) de la cual es el director y uno de los
arregladores. Los otros integrantes también escriben arreglos y dirigen
alternativamente. El repertorio consiste en nuevos arreglos de los clásicos del
jazz de los años ‘50 en adelante.
Sin dudas,
el jazz es el patrimonio cultural más importante de los norteamericanos (en el
resto de los géneros musicales, la paternidad es compartida con otros países) y
Wynton oficia como una especie de embajador del jazz en el mundo.
La misión
de la Lincoln Center
Orchestra es girar por el mundo manteniendo viva la esencia del jazz. Los
conciertos por la noche y las clases abiertas al público durante las tardes
mantienen a sus músicos ocupados todas las jornadas.
En el
marco de esta gira, que los ha llevado por toda Latinoamérica, el escenario del
Teatro Colón resultó la gran sorpresa para Wynton y sus músicos. Según me
contaron, no escatimaron elogios para el teatro desde que pisaron el escenario.
También actuaron en Puerto Rico, México, Perú, Chile, Uruguay y posteriormente
a la actuación en nuestro país, siguen con varios conciertos en Brasil (el
único concierto suspendido fue en Caracas, debido a las tensiones diplomáticas
entre Estados Unidos y Venezuela).
La
excelencia de la Lincoln
Center Orchestra es evidente desde el primer compás del
primer tema. Como decimos los músicos: “Se suenan todo”. Entran al escenario en
medio de una ovación y muy lentamente se sientan en sus lugares. Delante de
cada silla, un atril con las partituras. Wynton entra último, agradece con la
mano y se ubica en la fila de las trompetas, a la usanza clásica (no delante de
todos, como podría esperarse). Recordemos que en las orquestas, las trompetas
van al fondo de todos (por el volumen superior al resto), más adelante los
trombones y en la fila de adelante, los saxos y flautas (bastante menos
explosivos que las trompetas).
Desde
allí atrás, asomando su cabeza por arriba del atril de las partituras, Wynton
dirige, hace gestos, mueve las manos, arenga a los solistas y festeja cada una
de las frases inspiradas de alguno de sus músicos. El público del teatro Colón,
un poco frío al comienzo, fue tomando confianza y a los tímidos aplausos
siguieron estruendosas ovaciones y gritos después de cada inspirado solo.
El jazz
le sienta muy bien a una ciudad como Buenos Aires. Y por un momento, el centro
porteño se movió al swing del mejor jazz del mundo.