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jueves, 18 de junio de 2015

La leyenda del inmortal 80 años sin Gardel.

Nueva York, 1935. Carlos Gardel junto al Radio cerebro mágico RCA Victor. Promoción de su contrato de exclusividad firmado en 1935.
Carlos Gardel
 Una exhibición de objetos, fotos y documentos muestra en el Museo Histórico Nacional sus tres facetas: el hombre, el mito y el artista.

POR IRENE AMUCHASTEGUI

                                         Nueva York, 1935. Carlos Gardel junto al Radio cerebro mágico RCA Victor. Promoción de su contrato de exclusividad firmado en 1935.
Nueva York, 1935. Carlos Gardel junto al Radio cerebro mágico RCA Victor. Promoción de su contrato de exclusividad firmado en 1935.
El papel membretado, sepia, atesora la certificada caligrafía de Carlos Gardel. Detrás del cristal de una vitrina la carta traza, de puño y letra del artista, los detalles de un itinerario fulgurante que hace ocho décadas segó la muerte: “Hoy te mando dos fotos chiquitas para que te deas (sic) cuenta cómo estoy de pinta con el frac, estoy hecho un galán bárbaro (…) Hoy salgo para Puerto Rico, después Venezuela, Colombia, Cuba, Panamá, México, Guatemala … enseguida voy a Nueva York otra vez para finalizar mis contratos y en el mes de julio estoy en esa. Tené paciencia pues tengo que ganar dinero todo lo que pueda… ya te diré por telegrama dónde debes escribirme. Muchos besitos y abrazos de tu hijo que te quiere y no te olvida…” La figura de Doña Berta Gardés, la destinataria de esas líneas –rubricadas con el consabido “tu hijo que te quiere y no te olvida” de todas las cartas que le enviaba Carlos– monopoliza la primera vitrina de la muestra Carlos Gardel, del hombre al mito , inaugurada el miércoles en el Museo Histórico Nacional. La exhibición va desde el origen y la infancia del cantor y compositor hasta el duelo popular que provocó la noticia del accidente del 24 de junio de 1935 en el aeropuerto de Medellín, donde murieron Gardel y sus acompañantes. En ese aniversario luctuoso, precisamente, coinciden éste y otros homenajes. Pero ni “el hombre” ni “el mito” del título excluyen del recorrido a su motivo central: el artista. Objetos personales, fotografías, documentos gráficos y audiovisuales –algo más de cien en total, propiedad de la Fundación Industrias Culturales Argentinas (FICA), que organiza la muestra– reconstruyen el trayecto de un artista tan vertebral que su evolución es, también, la evolución misma de la música popular rioplatense.

La muestra, montada por primera vez en 2011 (en el Festival y Mundial de Tango porteño) ahora se concentra en una sala del MHN, donde permanecerá hasta el 26 de julio. Incluye objetos que, despojados de su valor inmanente, jalonan la biografía gardeliana con una jerarquía cercana al talismán. Como una guitarra de Casa Núñez que llegó a sus manos en 1917. El Gardel guitarrista de los discos de 1912, sus primeras grabaciones, en las que se acompaña precariamente y que hoy constituyen una curiosidad arqueológica, era producto de la necesidad: ya en 1915, el dúo Gardel-Razzano incorpora a un instrumentista acompañante. Para 1917, data atribuida a esta guitarra de Casa Núñez, Carlos Gardel era mucho más que un intérprete notable en el nutrido medio del canto criollo: era el flamante creador de un género. Su grabación de “Mi noche triste” –de Pascual Contursi sobre música de Samuel Castriota– ese mismo año, con el acompañamiento del guitarrista José Ricardo, “el Negro”, sentó las bases estilísticas del tango-canción, lo inventó tal como lo conocemos. El año es clave porque este gesto, tan pleno de talento y de audacia, parte al medio la historia del artista y del género: de un lado, “el francesito” del Abasto, parroquiano del café O’Rondeman, el que se gana en la prensa los primeros apelativos de “mirlo”, “zorzal” u otra clasificación ornitológica por su abordaje del repertorio criollo, que nunca desertará; del otro, el solista incomparable que terminará eclipsando su propio dúo con José Razzano, el que debuta en París, el que construye el repertorio más representativo del género, el que se convertirá en astro de cine internacional.

La muestra también recorre algunas de las películas que tuvieron a Gardel como estrella: escenas emblemáticas rodadas en Francia y en los Estados Unidos, una curiosa fotografía de backstage tomada durante un almuerzo en el set, la galera de piel de castor que usó en la película Tango Bar (rodada por Paramount en Long Island en febrero de 1935 y estrenada en forma póstuma en Buenos Aires).

Una fotografía tomada en la cabina de un avión precede en el recorrido a las tapas de los diarios que anuncian la tragedia en cuerpo catástrofe. Es inevitable pensar en las cuantiosas coincidencias apuntadas en forma retrospectiva por testigos y estudiosos de la época, como la carta de Gardel a su amigo Armando Defino que cita su minucioso biógrafo británico Simon Collier: “Ahora la vamos viajando en avión y ya te imaginarás el fierrito de los guitarristas… Elogian la comodidad y la rapidez del avión pero no ven la hora de largar. Hay que ver las risas de conejo de todo el personal cuando se meten en los trimotores… Todo sea por el arte criollo”.

En una de las vitrinas reposa la mítica “libreta negra” cuya existencia también refieren Collier y otros biógrafos. Se trata de un pequeño cuaderno de tapas negras de 48 páginas; Gardel lo compró en la ciudad de San Nicolás, durante la temprana gira que emprendió, en 1913, como parte de un cuarteto que integraba con José Razzano, Francisco Martino y el experimentado Saúl “el Víbora” Salinas –apodado así por la forma y la expresión de sus ojos–, que se desvinculó apenas iniciado el viaje. El cuaderno estaba destinado a conservar los recortes de prensa que esperaba cosechar, y de hecho obtuvo, en el transcurso esta tournée iniciática. “Crónica de mi gira artística” es el título que lleva el cuadernito, del cual Gardel alcanzó a ocupar catorce páginas. El último comentario, según consigna Collier, es del diario La Tarde de General Viamonte, está fechado el 18 de septiembre de 1913 y alaba a los “tres criollos de pura cepa” que brindaron “gratas horas de reminiscencias patrias, entonando con el sentimiento tradicional de nuestros gauchos hermosos estilos y canciones varias”. Además de ser un testimonio de la gira, el cuaderno señala, al truncarse, el nacimiento del célebre dúo Gardel-Razzano: a la partida de Salinas siguió la de Martino, por razones de salud, después de la actuación de General Viamonte, entonces “el Morocho” y “el Oriental” siguieron de gira, en un dúo que suponían circunstancial y se sostuvo durante más de diez años.

La libreta negra, igual que una buena proporción de los objetos y documentos exhibidos (que ahora forman parte de una colección de tango de la FICA estimada en 40.000 piezas), provienen de la colección de Angel Olivieri, tornero del barrio de Agronomía. Olivieri, quien durante cerca de siete décadas custodió y acrecentó su tesoro de objetos vinculados a toda la historia del género (con fantásticas piezas de Agustín Magaldi, Charlo, Azucena Maizani, Ignacio Corsini, entre otros), murió en 2008. Fue parte de una elite de apasionados y consecuentes gardelianos, junto con Hamlet Peluso, Bruno Cespi y algunos más, que conservaron discos originales, partituras, fotografías, cartas, documentación, prendas de vestuario, joyas y secretos. Había convertido su casa en un museo de exclusivo uso personal, abarrotado de tesoros al punto de ocupar íntegras las dos habitaciones de las que disponía, y en las que apenas cabían su cama y una mesita de luz. Ninguna otra escena podría ilustrar mejor la definición de Walter Benjamin: “Toda pasión linda con el caos y la pasión de coleccionar limita con el caos de los recuerdos (…) ¿qué otra cosa son estas posesiones que un desorden en el que la costumbre se instaló de tal forma que puede revestir la apariencia de un orden?

Olivieri era la quintaesencia del coleccionismo. Según Benjamin, “… la existencia del coleccionista se encuentra en una tensión dialéctica entre dos polos: el orden y el desorden”. Lógicamente esta existencia depende también de muchas otras cosas, por ejemplo de una relación muy enigmática con la propiedad (…) Luego depende también de una relación con los objetos que no destaca de ellos su valor funcional, es decir, su utilidad, su carácter práctico, sino que los estudia como escenario o teatro de su destino. También habla Benjamin –él mismo, voraz acopiador de libros– de un escalofrío: el “escalofrío de la adquisición”. Y Angel Olivieri, aunque en su búsqueda exhaustiva había agotado virtualmente las chances de hallazgos, y aunque no ignoraba que era su propia “adicción” coleccionista, conocida, lo que elevaba el precio de sus compras, siempre estaba esperando “alguna cosita nueva que pueda aparecer por ahí”. Solía contar: “Comencé a los quince años, sin darme cuenta. Primero fueron dos fotografías de Gardel que me regaló don Pepe Razzano, que era amigo de mi tío, el compositor César de Pardo. Después compré mi primer disco, con el primer sueldo que cobré como aprendiz de mecánico: traía ‘La gayola’ con ‘Alma de loca’. Cuando quise acordarme no podía parar”.

Toda colección cuenta al menos dos historias: la del objeto que tiene por destino y la de su propio, paciente artífice. Las del estelar Carlos Gardel y el humilde Angel Olivieri pueden sintetizarse en un reloj de cadena que forma parte de la muestra. Un Longines de doble tapa de oro 24 quilates, con la dedicatoria: “Geniol a Carlos Gardel. 1930”. Era una de las piezas más preciadas de Olivieri, que lo había recibido de Luisa Laurent, viuda de un gran amigo de Gardel, Ernesto Laurent, quien a su vez lo había recibido de manos de doña Berta. “Con sólo vender el reloj, salgo de perdedor. Pero sería una canallada”, decía don Angel, y lo conservó hasta el fin de sus días.


La muestra Gardel, del hombre al mito se nutre de material proveniente de la Colección de Angel Olivieri y de las colecciones de Gustavo Segu, Juan J. Fenoglio y Guillermo Elias. Está abierta de miércoles a domingo en el Museo Histórico Nacional, Defensa 1600. El miércoles 24, aniversario de la muerte de Gardel, habrá una serie de conferencias a partir de las 17, de las que participarán Fenoglio, Segu, la escritora Martina Iñíguez y Abel Alexander, fotógrafo e historiador de la fotografía, entre otros. El mismo día a las 18.30, en el Museo Casa de Carlos Gardel, Jean Jeaures 735, habrá una conferencia de Julián Barsky (autor de una exhaustiva biografía junto a Osvaldo Barsky) y un concierto del guitarrista Pablo Uccelli.

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