Córdoba, una postal de la ciudad en primavera. |
POR RAQUEL GARZÓN
(Revista Ñ. Clarín) Etiquetado como:Edición Impresa
Mi papá fue el argentino más orgulloso de serlo que
conocí jamás. “Acordate de esto, Raque, no sucede en ninguna otra parte”, me
dijo mordisqueando una empanada la noche que llegamos a Santiago del Estero (yo
tendría unos 10 años) y preguntando, aterrizamos sin conocer a nadie en la casa
de los Carabajal, sólo para saludar a la madre de los folcloristas por su
cumpleaños (una fiesta popular en la ciudad) y nos invitaron a comer, así
porque sí.
Su fervor –nunca acrítico– me marcó muy pronto. Estaba
decidido que yo iba a llamarme como su hermana, mi madrina, pero cuando volvió
del registro civil le mostró a mi mamá un dni con dos nombres: “Raquel
Patricia”. Ante la sorpresa de todos, contestó como si fuera de lo más natural
para un médico sin parentescos militares: “El segundo es por el Regimiento de
Patricios, el primero de la Patria”, un cuerpo nacido de un grupo de
voluntarios que resistió la invasión inglesa de 1806.
Todo eso que él llamaba Patria –de las púas de los palos
borrachos al cielo de Córdoba – lo definía de un modo íntimo. Y sé que más allá
de las insistencias escolares (vuelven a mí imágenes de decenas de escarapelas:
de tela, de lana, de metal, redondas, tipo moñito, con forma de bandera...), en
ese honesto empeño suyo de 80 años, se tramó la más auténtica noción de lo que
yo entiendo por ella: el hambre por construir un nosotros, que nos contenga sin
idealizaciones y se haga cargo, para revertir lo que haga falta, no sólo de los
que consideramos valores (una creatividad salvaje e inoxidable, por ejemplo),
sino también de eso que nos lacera e indigna (de la violencia fraticida a la
viveza criolla).
Cuando mi viejo murió, conservaba aún una réplica de la
bandera federal de Artigas sobre el escritorio, y no recordaba muchas de las
anécdotas patrióticas que nos había contado de chicos, una ristra que desgranó
en ocho libros de Historia argentina vista desde el interior del país, pero
repetía que escribirlos lo había hecho feliz. Tiempo antes, dejando de lado sus
reproches para con 1810 y la que consideraba “una revolución sólo porteña”,
había empezado a esperar el Bicentenario, coleccionando medallas y monedas
acuñadas en el Centenario, anhelando el doblete con una rara emoción. Esa
colección todavía lo dice de algún modo para sus nietos.
En las páginas que siguen, 21 artistas comparten su
personalísima versión de Patria. Sé que de los 667 números que Ñ lleva en la
calle, este es el que más le hubiera gustado a mi patriota favorito.