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jueves, 31 de octubre de 2013

Veintidós asesinatos revelan una apasionante trama de gauchos y judíos

En “Los crímenes de Moisés Ville” (Tusquets), Javier Sinay sigue una pista familiar y un crimen para reconstruir la saga de los colonos judíos llegados desde Ucrania al pueblo santafesino en un época de grandes cambios. “Es cierto que hubo una etapa de fricción, que es la que me interesó investigar, pero derivó en varias décadas de fusión”.


                                     Alguien vio, alguien escuchó. Alguien contó su versión o la que le legaron. Toda historia tiene su lado oscuro, como la Luna. Y esta historia comenzó el 14 de agosto de 1889, con la llegada al puerto de Buenos Aires del vapor Wesser. A bordo venía el primer núcleo organizado de judíos que escapaba del antisemitismo de la Rusia zarista, especialmente de las comunidades de Podolia y Besaravia. Huían del confinamiento, de las "zonas de residencia" que tenían el espíritu oscuro de un gueto. Del frío y del hambre. La promesa para esas primeras 138 familias era formar parte de la colonización de la Argentina: campos dorados y mucho cielo azul. La negociación se había hecho en París, y la habían llevado adelante dirigentes de la comunidad, que se ocupaban de defender a los judíos de la persecución. Así llegaron a contactarse con Rafael Hernández, un terrateniente argentino, hermano de José, el autor del Martín Fierro, que estaba interesado en vender tierras a inmigrantes europeos.
Apenas el Wesser llegó al puerto comenzaron los problemas; el más serio, que las tierras a las que los habían destinado no estaban disponibles. En ese momento apareció Pedro Palacios, que era asesor letrado de la Congregación Israelita y dueño de un número asombroso de hectáreas en la provincia de Santa Fe. Palacios se ofreció a colonizar a los judíos rusos y finalmente se firmó el contrato. Cuando Palacios les preguntó cómo se iba a llamar la colonia, el rabino Aharon Halevi Goldman propuso Kiriath Moshé, equiparando la salida de los judíos de Egipto de la mano de Moisés con el contingente que había dejado la tiranía de Rusia para llegar a la Argentina. Alguien tradujo ese nombre como Moisés Ville.
Javier Sinay (Buenos Aires, 1980) es periodista. Un día de 2009 recibió un mail de su padre, quien le contaba que había encontrado en Internet un link que reproducía una nota de su bisabuelo, "Las primeras víctimas judías en Moisés Ville", sobre una serie de crímenes ocurridos entre 1889 y 1906: 22 asesinatos en 17 años. Mijl Hacohen Sinay también había sido periodista, y fue el fundador de "Der Viderkol", el primer periódico judío de Buenos Aires e íntegramente escrito en idish. "Esta es una investigación sobre los crímenes olvidados de una lengua ida", anotó Sinay en algún momento de la investigación sobre esos crímenes y sobre su bisabuelo. Pero después tachó esa frase y escribió un libro,Los crímenes de Moisés Ville. Una historia de gauchos y judíos (Tusquets).
En idish, la lengua de los podolier, como se comenzó a llamar a los primeros colonos por la región de la que provenían, se dice "A mul is guebein...", es decir, "había una vez", una frase que da pie a un relato, que muchos abuelos judíos usaban para contarles cuentos a sus nietos. A mul is guebein un grupo de familias rusas que fueron depositadas en vagones de carga, a la espera de que los trasladaran a sus campos, sembrados de espigas doradas que, seguramente, se agitaban con el viento. Esa mudanza no llegó nunca, como tampoco las herramientas de trabajo o los animales para trabajar el campo. No llegó nadie que se ocupara de ellos, salvo algunos obreros ferroviarios que de vez en cuando repartían comida entre los padres y niños que mendigaban. Sí hubo una epidemia, desatada por la falta de alimentos, higiene y control médico, que arrasó con la vida de unos sesenta chicos. La colonización judía, hacia 1891, tenía más de tragedia que de épica.
Pero el sueño de espigas y cielo azul estaba más cerca. Ese mismo año se consiguió firmar un contrato con Palacios para comprarle las 10.163 hectáreas que cultivaban los pioneros de Moisés Ville. Luego, a lo largo del siglo XX, la Jewish Colonization Association (JCA), una asociación filantrópica creada por el barón Moritz von Hirsch para facilitar la emigración masiva, fundó en la Argentina una quincena de colonias: de ellas surgió la leyenda de los gauchos judíos y la mística de las cooperativas agrícolas. Moisés Ville siempre fue la plaza principal, con 118.262 hectáreas, y la más poblada. Dicen que llegó a tener 6.000 habitantes, aunque, cuenta Sinay en su libro, el censo de 1914, el más abultado, habla de 3.837 personas. En 1999 se declaró a Moises Ville Poblado Histórico Nacional por su singularidad: un asentamiento grupal y comunitario, que siguió la traza de las aldeas europeas (shtetl) de Europa del Este, y no el damero típico de los pueblos argentinos.
Sinay viajó más de una vez a Moisés Ville. Entrevistó a cerca de cincuenta personas, muchas de ellas descendientes de aquellos colonos asesinados. Probó el menú en el tren para ir a ese pueblo de Santa Fe: jamón y ensalada rusa, matambre a la pizza y puré de papas y budín de pan. Contrató a Ricardo Zavadivker, un detective de libros para que lo ayudara a encontrar algún ejemplar de Der Viderkol. Aprendió a leer en idish, porque, como el texto de Mijl Hacohen Sinay, buena parte de las fuentes bibliográficas que necesitaba están escritas en esa lengua. Un esfuerzo que más que intelectual, parecía físico: parecido a una mudanza. "Por momentos parecería que todo está en idish: los textos, los documentos, los diarios, las revistas, las obras de teatro, los ensayos, los anuarios, las lápidas, las cartas, las canciones, los poemas, los epígrafes, los manuscritos jamás publicados, los borradores y las biografías. Todo", escribe en su libro. Mucho de lo que pudo descubrir sobre los crímenes de Moisés Ville se había publicado en alguno de los libros del instituto IWO. Su biblioteca, a pesar de haber volado en el atentado a la AMIA, pudo reconstruirse en parte.
El escritor leyó más de una vez los textos cortos escritos en las lápidas del primer cementerio judío del país. Allí conoció la "tumba larga", donde están enterrados los Waisman, un matrimonio y sus dos hijos, una adolescente y un niño. "Pasando la tumba larga", cuenta Sinay que se dice en el pueblo, casi una referencia turística. Las tumbas más ornamentadas pertenecen a las décadas del 1920 y 30, una época de bonanza en Moisesviye. El sector número 5 es el de los asesinados. El primer muerto fue David Lander, que había llegado en el Wesser sin familia, un caso que tiene algo de fundacional: un grupo de colonos se tiró encima del jinete que había perseguido a Lander. "Un mito que cuenta con una violencia descarnada el difícil encuentro de dos culturas; un encontronazo, más bien, que acaba con la muerte de ambos", escribe Sinay en Los crímenes de...
Para 1920, la humilde casa almacén donde había ocurrido esa masacre comenzaba a convertirse en una ruina que a veces señalaban los descendientes de los asesinados. Entonces todo había cambiado: los gauchos y los colonos judíos mantenían esa relación amistosa y complementaria de la que surgió el gaucho judío. El expediente ("lo mismo que los de cada uno y todos los casos sobre los que aquí escribo") parece haberse diluido en el aire. En el tiempo.
-¿Cuál era tu vínculo con la cultura judía antes del mail de tu padre?
-Era un vínculo menor. Siempre me supe judío, pero no hacía en ese sentido mucho más que participar de las cenas celebratorias que organizaba mi abuela para las fiestas, donde comíamos matzá, gefuilte fish, borsht y leikaj. Sabía muy poco de mi bisabuelo. Alguna vez había escuchado que había fundado un periódico, pero sin detalles. Tampoco sabía que había escrito un texto cargado con 22 homicidios, ni que había vivido en Moisés Ville, un pueblo sobre el que desconocía todo.
-Algunos teóricos dicen que el pueblo judío no se constituye en un territorio sino en la palabra escrita y en el libro. En ese sentido, ¿cómo es escribir un policial judío?
-Fue un trabajo complejo que implicó viajar en el tiempo para investigar 22 homicidios cometidos 125 años atrás y, a la vez, dotarlos de un contexto que sirva para explicar quiénes eran estos colonos, qué bagaje cultural traían, qué visión del mundo tenían, qué esperaban de la Argentina y cómo fue que se asentaron en estas tierras, con un arraigo tan profundo en tan poco tiempo. Yo escribo noticias policiales y la investigación de los homicidios de Moisés Ville fue muy diferente a la de los crímenes del presente en los que hay que encontrar, antes que nada, a los protagonistas. La carga dramática de una entrevista con ellos es muy alta y hay que decir, también, que muchos se niegan a abrir la boca. El desafío acá era diferente: se trataba de rastrear en el pasado a los protagonistas a través de sumarios judiciales, notas de prensa, cartas, manuscritos, memorias orales familiares y archivos de todo tipo. En un punto, fue una pesquisa menos dramática pero más minuciosa.
-¿Qué encontraste en el idish?
-El ídish contiene un mundo entero. Es un idioma fascinante y extraño, que trae un milenio de historia y que yo descubrí en el Instituto IWO, la mayor biblioteca ídish/judía de Latinoamérica, con la que estuve en contacto durante mi investigación. Muchísimas de mis fuentes bibliográficas estaban escritas en ídish, habían sido publicadas en la Argentina de los primeros años del siglo XX y contaban un mundo vibrante, vitalista, algo contradictorio y en plena efervescencia cultural. Pero, más que nada, un mundo argentino.
-¿Y cómo fue el aprendizaje?
-Fue difícil y cansador, pero a la vez apasionante: yo sabía que cuanto más ídish aprendiera, mejor podría rastrear las fuentes y, por ende, más cerca estaría de develar la verdad sobre los crímenes. Tenía algunas nociones de alemán que me facilitaron el primer abordaje del ídish, pero las letras hebreas me eran completamente extrañas.
-Ese primer encuentro de los judíos pauperizados con un gaucho que busca a una mujer, ese malentendido inicial, ¿es fundacional del vínculo entre los judíos y los gauchos?
-No lo creo. Es cierto que hubo una primera etapa de fricción, que es la que me interesó investigar, pero definitivamente no se prolongó en el tiempo y, en cambio, derivó en varias décadas de fusión. Esa fusión ya estaba en marcha cuando ocurrió aquel homicidio. De hecho, la figura del "gaucho judío" que inventa Alberto Gerchunoff en 1910 es relativamente próxima a la fundación de Moisés Ville en 1889. Con esto quiero decir que la cooperación entre gauchos y colonos judíos se dio de modo natural en muy poco tiempo y trajo luego esa identidad judeoargentina rural tan singular y simpática que es la del gaucho judío, sobre la que todavía hoy preguntan los turistas que llegan a Moisés Ville.
De lo que nos habla ese malentendido inicial es de un país que se está transformando a pasos agigantados con la llegada de los gringos y la desaparición de los viejos gauchos. De alguna manera, el debate entre Domingo F. Sarmiento y José Hernández --popular vs. Liberal-- se daba sin tener en cuenta realmente si la Argentina profunda estaba preparada para recibir a los inmigrantes. Y parece que no lo estaba. Desde la década de 1860 el gaucho estaba siendo sometido a la modernización y potenciación de los campos, y esto significa que se lo obligaba a convertirse en un peón de estancia jaqueado por las restricciones a sus libertades. El gaucho que no quisiera acatar, se convertía en un marginal. Y alguno también en bandido. La provincia de Santa Fe, por ejemplo, vio pasar a los bandidos rurales por varias de las 350 colonias que existían a principios de la década de 1890. Y el diario La Unión, publicado en aquella época en la colonia Esperanza, da buena cuenta de eso.
-En relación a la reconversión de los nombres y las versiones, ¿sabés finalmente cómo reconstruyó tu bisabuelo, por ejemplo, la masacre de los Waisman?
-Mi bisabuelo se basó en sus propios recuerdos y en los de otros colonos. En el texto él aclara: "Algunos detalles de estos crímenes me los contaron los podolier y los colonos, y otros me son conocidos a través de mi propia experiencia, de cuando, hace unos cincuenta años, yo vivía en Moisés Ville". Los "podolier" son los 800 colonos fundadores de Moisés Ville, llegados desde la región de Kamenetz-Podolsk, actualmente en Ucrania. Entre esos "podolier" y colonos, mi bisabuelo menciona en su texto a una mujer llamada Hinde Fisztl, que al momento de llegar a la Argentina tenía 24 años y al momento de publicado el artículo de mi bisabuelo tenía 82; y también nombra a "un antiguo colono de Monigotes, el señor Wolfsy". Monigotes era (y es) un pueblo satélite de Moisés Ville.
El artículo de los crímenes fue publicado en 1947: había pasado medio siglo o más desde que habían sido cometidos los homicidios, y las memorias de estos informantes comenzaban a mostrar alguna erosión. Pero, por otro lado, me pregunto a dónde podría haber ido Mijl Hacohen Sinay a buscar en aquellos días los documentos judiciales que pudieran confirmar su investigación. Intuyo que a ninguno. Porque, además, aquellos son documentos que hoy no existen (han sido destruidos o se han perdido en la noche de los archivos) y que posiblemente en esa época ya no existieran.
-¿Qué impresión te quedó de la colonización y de la JCA?
-A pesar de que mis ancestros enfrentaron a los administradores de la JCA y tuvieron que irse de la colonia cuando la rebelión fue derrotada, a mí me quedó una buena impresión de la gesta colonizadora, y esta gesta sólo fue posible porque fue organizada por la JCA. Ya pasó más de un siglo, y a la luz de los hechos es evidente que la Argentina se convirtió en un país generoso con todos los inmigrantes que recibió; entre ellos los judíos rusos. Es decir que llegaron huyendo y encontraron aquí una tierra de paz. Y luego la encontraron los que llegaron desde Alemania. Creo que la JCA salvó la vida, en lo concreto, de miles de personas. Al lado de eso, todo lo demás es menor.
-¿Se supo cómo y quién había cometido los asesinatos? ¿Hubo condenados?
-En general, estos crímenes fueron impunes. La justicia de la época en ámbitos rurales era muy porosa y desorganizada. Puse especial interés en investigar también a los homicidas porque de ese modo podría saber algo más sobre los gauchos bandidos de la zona, pero no encontré casi nada.
En el caso del padre de Alberto Gerchunoff, hice un descubrimiento: Los crímenes de Moisés Ville es el primer texto donde se informa el nombre del agresor. La figura de Alberto Gerchunoff recibió la atención de algunos biógrafos (César Tiempo le dedica un perfil en su libro Protagonistas, en 1954, al que titula "Gerchunoff, mano de obra" haciendo honor al proverbial oficio literario de aquel autor) y él mismo escribió su propia autobiografía (a los 30 años, aunque fue publicada de modo póstumo), pero aunque el crimen de su padre fue contado varias veces, nunca había salido a la luz el nombre del asesino. Finalmente, lo encontré en una noticia publicada el 3 de marzo de 1892 en el periódico La Unión --editado en la colonia de Esperanza y archivado hoy en su Museo de la Colonización--, que informa sobre el crimen del padre de Gerchunoff, ocurrido el 27 de febrero de 1892. El asesino se llamaba José María Ríos y era, según el diario, "un gaucho cordobés, viejo soldado de un juez de paz". Fue linchado y muerto por los colonos cuando vieron que había matado a Gerchunoff.
En otro caso encontré, en el libro "Di iuden in Argentine" --"Los judíos en la Argentina", primer trabajo autorreferencial de la comunidad, publicado en 1914 y firmado por David Goldman, el hijo del rabino que vino con los fundadores de Moisés Ville en 1889-- una mención a un tal Coria (sin nombre de pila). Goldman dice, en relación a estos crímenes: "Especialmente se temía al famoso bandido de aquel entonces Coria o, como se lo solía llamar, 'Coria mit di matikes' ('Coria con las azadas'). Era de huesos anchos, naturalmente fuerte. Su sola presencia daba a todos sensación de miedo. Tenía doce hijos, todos asesinos. Y donde hubiera una desgracia se sabía que ellos habían participado". Pero no informa qué crimen en particular le podemos adjudicar. En el Archivo General de la Provincia de Santa Fe encontré información sobre un tal Federico Coria, que el 19 de febrero de 1902 fue condenado por el Superior Tribunal de la provincia "a la pena de presidio por tiempo indeterminado" por haber dado muerte a un hombre llamado Remigio Zárate. ¿Sería ese Federico Coria el "Coria mit di matikes"? ¿Sería uno de sus "doce hijos, todos asesinos"? No lo sé. Pero el apellido, la época y la zona territorial coinciden.
Último caso: en el homicidio de Miriam Aliksenitzer fue acusado el comisario de Moisés Ville, llamado Golpe Ramos. Este crimen fue el más resonante entre los que investigué: el cuerpo de esta chica de 19 años fue hallado el 16 de julio de 1906. La habían matado en el alba de ese día o a última hora del día anterior. Hasta el día de hoy llegó, por memoria familiar, la certeza de que el comisario Golpe Ramos la deseaba. Los diarios de la época insisten --a mi juicio, no ingenuamente-- en que el cadáver estaba en ropa interior, en camisón. Intuyo que abusó de ella; no lo puedo asegurar. El caso fue tan resonante que durante tres meses fue seguido por los diarios La Nación y La Prensa, de Buenos Aires: las noticias contaban cómo las autoridades políticas del departamento de San Cristóbal (bajo cuya jurisdicción estaba Moisés Ville) protegían al comisario y luego lo entregaban, y luego lo volvían a proteger. Nunca pude comprobar, lamentablemente, si Golpe Ramos fue condenado: el expediente judicial hoy no existe y los diarios abandonaron, en cierto momento, el proceso.
-¿Qué encontraste, y cómo encontraste Moisés Ville en relación a este tema?
-Hoy en Moisés Ville no queda demasiado sobre este tema. La concordia que surgió entre gauchos y gringos fue muy enriquecedora para todos, y prima como relato de la primera época. Pero algunas personas --las más inquietas-- saben que también existieron algunos crímenes y que los años fundacionales no fueron fáciles. La directora del museo local, Eva Guelbert de Rosenthal, conocía el artículo de mi bisabuelo y me ayudó a investigar. "Hace rato que ese artículo me da vueltas en la cabeza", me dijo el día que nos vimos por primera vez. Otros vecinos me contaron casos que llegaban hasta el presente en pequeñas impresiones escuchadas de boca de los mayores, difíciles de rastrear con detalle.
Pero no encontré en Moisés Ville ningún tipo de documento que me pudiera dar luz sobre estos hechos. Lo que sí hice fue visitar los diferentes sitios donde ocurrieron estas historias: la escena del crimen. Y pude comprobar que algunos sitios se encuentran hoy exactamente igual a como estaban hace 125 años. Sólo faltaba el cadáver.
Online: Los crímenes de Moisés Ville.

Colaboración de Arturo Alvarez D Armas

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